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Txisko Fernández Periodista

No nos pongamos nostálgicos

Durante la transición de la dictadura monárquica-franquista a la monarquía postfranquista se puso de moda el término «nostálgicos del régimen» para denominar a aquellas personas y grupos que, por mantenerse fieles a los símbolos fascistas, quedaron marginados del reparto de poder que sus compañeros de viaje pactaron con el PSOE y con la derecha liberal. Todavía hoy podemos ver a esos nostálgicos pasearse por el Valle de los Caídos para honrar a su caudillo o parapetarse junto a las vallas en los desfiles militares que preside su ex príncipe heredero, convertido hoy en jefe de Estado y de todos los ejércitos de la Hispanidad menguante. De vez en cuando, también visitan Euskal Herria al amparo de los beltzas o de los grises-azulados.

Con ese sambenito colgado del pecho de los más forofos, el resto de sus compañeros, los que ocuparon puestos principales en la dictadura, se sacaron el carnet de demócrata antes incluso de que decretasen la legalización de los grupos políticos que lucharon contra el fascismo desde 1936 hasta 1975. Y ésos son los que todavía hoy campan a sus anchas, ejerciendo de lo que siempre han sido, por parlamentos, tribunales, templos y cuarteles.

Por ello, no conviene ponerse nostálgico a la hora de reclamar justicia. Una justicia que, hoy por hoy, no se puede encontrar en los tribunales españoles. Si las víctimas de la primera etapa de la dictadura logran recuperar los restos corporales de sus familiares, no será porque actúen los tribunales, sino porque nunca perdieron la memoria. Esa memoria colectiva que ha permanecido viva durante tantas décadas, que ha pasado de una generación a otra, tiene que seguir sembrando el futuro. Y hay que hacerlo sin nostalgia porque los tiempos pasados, mejores o peores, no volverán y de lo que se trata es de construir el futuro desde hoy mismo, luchando contra los fascistas camuflados, contra quienes permanecen aferrados al poder para impedir que la justicia se escriba con mayúscula.

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