Carlos GIL


Desde tiempos inmemoriales, el teatro ha estado ligado a la comida. Las obras representadas eran de larga duración y había tiempo en los intermedios para que los públicos comieran en el mismo teatro. O sucedía en paralelo o entrecruzadamente, se reasentaba mientras se comía y bebía con afición. Los italianos de Teatro delle Ariette proponen una rareza programática: juntar a veintiséis comensales que, a la vez, son espectadores alrededor de un gran mesa y ofrecerles comida de los productos cosechados por ellos mismos mientras les cuentan su propia vida, rememoran a sus padres, o recitan fragmentos de poemas plenos de emociones y sentimientos.
El entremés es “La Internacional”, asunto que parece intentar contextualizar las acciones y convertirse en declaración de principios, aunque posteriormente no aparece esta referencia política por ninguna parte y sus actividades «antieconómicas», minifundio agrícola biológico y teatro para un número reducido de espectadores, se inspira en otros idealismos más floridos.
Lo importante es que la materia prima es de primera calidad, tanto sus verduras, como sus quesos o su pasta con harina integral de sus campos de trigo hecha al pesto, y esencialmente, la parte teatral, los rasgos estéticos de la puesta en escena, sus «confesiones» narrativas, sobresaliendo de manera nítida al calidad y la fuerza interpretativa de Paola Berselli. Un buen menú teatral, una experiencia simpática, desintoxicante, porque todo es verdadero y nada está impostado.