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Esquí alpino

Paul de la Cuesta, un donostiarra en la alta competición blanca

Los vascos en los deportes de nieve son minoría y más en el esquí alpino. Paul de la Cuesta, que ya atesora cierto palmarés en las categorías inferiores, afronta su primera temporada como senior. Al donostiarra le va la velocidad, por eso se dedica al descenso y al supergigante.

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Miren SÁENZ

Paul de la Cuesta, campeón del mundo juvenil I de descenso y subcampeón en la misma categoría de supergigante en Bardonecchia, afronta su primera temporada como absoluto. Ambas medallas, logradas en la cita italiana, representan sus mejores recuerdos deportivos hasta el momento. Un año antes, en la temporada 2003-2004, había sido elegido para entrar en la selección juvenil de la Federación Española.

El objetivo para esta etapa es intentar hacerse un sitio entre los 30 mejores velocistas de la Copa de Europa y a más largo plazo conseguir acceder al Top 30 de la Copa del Mundo, sin olvidar la posibilidad de participar en otros eventos internacionales como el Campeonato del Mundo -ya estuvo el pasado año en Are 2007- o en unos Juegos Olímpicos. Los próximos, los que cumplen la edición vigesimoprimera, no están tan lejos. Se celebrarán en Vancouver en 2010, en pistas canadienses, precisamente las predilectas del donostiarra.

Los vascos que frecuentan la alta competición blanca escasean. Ainhoa Ibarra fue la última esquiadora alpina que se deslizó en la nieve de siete Mundiales, cuatro ediciones de los Juegos Olímpicos y 65 pruebas de la Copa del Mundo. Retirada hace casi una década, con la gernikarra, que ahora ejerce de entrenadora, Paul ha coincidido en Baqueira. Otras, como la donostiarra Silvia del Rincón, compañera de Ainhoa en Lillehammer'94, ni siquiera le suenan, aunque sí menciona al paralímpico Jon Santacana, un guipuzcoano con discapacidad visual con buenos resultados en pruebas de su categoría.

De la Cuesta se calzó sus primeros esquíes antes de cumplir 3 años. Sus padres adquirieron una casa en Baqueira y así empezó todo. Se hizo socio del Cai y por cercanía se federó en Catalunya. El donostiarra es velocista, por lo que sus especialidades son el descenso y el supergigante, aunque también le da al gigante. No comparte la opinión generalizada de que el descenso es la prueba reina. Para él ese título debería de acompañar al gigante «porque es la más vistosa, aunque el descenso sea la más peligrosa», matiza. En la disciplina que pone a prueba la destreza y la resistencia del deportista sorteando puertas hay momentos en los que pueden llegar a alcanzar los 150 kilómetros por hora. ¿Qué se siente? «Adrenalina pura y dura», admite aunque insista que lo más complicado no es ir a 150 km/h en un tramo recto, sino dar una curva a 120 km/h. Alberto Tomba, su ídolo, se negó a incluir el descenso en su trayectoria. El italiano justificaba su decisión asegurando que se lo había prometido a su madre.

Margen de edad

Lo importante hoy por hoy «es adquirir experiencia. El esquí es un deporte en el que la gente buena empieza a destacar a partir de los 26 ó 27 años como pronto, a no ser que seas un fuera de serie». Sabe que la veteranía es un grado si te respetan las lesiones.

Su vida deportiva transcurre de estación en estación. No tienen sede fija, cambian constantemente de lugar a criterio del entrenador: «Vamos buscando diferentes condiciones, diferentes estados de nieve». Después la rutina de madrugar, hacer cola para subir a las pistas, cuatro horas de esquí matinales, comida, descanso, una hora de físico, vídeo del entrenamiento y a dormir.

Este año ha entrado en el Plan ADO, la Federación Española también le aporta alguna ayuda y además está el convenio con la marca, en su caso Dylnastar, que le proporciona todo el material que necesita. Los resultados también ayudan, una competición exitosa en el calendario internacional puede deparar contrato con algún sponsor.

Paul, estudiante de primero de Odontología en la EHU-UPV de Bilbo, ha seguido en esto los pasos de su padre. «Me gusta mucho y mi aita es odontólogo» confiesa al tiempo que reconoce las dificultades de compaginar su carrera deportiva con la académica. «Es bastante difícil porque me pierdo mogollón de clases. Voy haciendo poco a poco lo que puedo e intento no perder demasiado». De 365 días se pasa 250 fuera porque un profesional del esquí vive prácticamente siempre en invierno. En verano lo buscan en Sudamérica y luego prosiguen en los Alpes. Así que cuando vuelve a casa aprovecha la playa y aficiones relacionadas con la práctica del fútbol, el golf y el surf.

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