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Igor Urrutikoetxea Secretario de Relaciones Internacionales de LAB

La moto averiada del capitalismo

No obstante, la actual coyuntura económica también presenta oportunidades. Ahí tenemos el ejemplo de Sudamérica donde en los últimos años se ha dado un giro a la izquierda muy importante, o las huelgas que durante estos meses se han llevado a cabo en Grecia, Bélgica o Italia

El próximo 15 de noviembre los gobernantes de los países más poderosos del planeta se van a reunir en Washington para «refundar el capitalismo». Su objetivo fundamental es rearmar ideológicamente el sistema del capital-dolar, porque su moto se ha gripado.

El hecho de que se hable de crisis económica mundial debido a la situación creada por el crac de los mercados financieros, por la desregulación total de la economía, por el aumento de precios de los hidrocarburos y de las materias primas supone un insulto a la inteligencia y una gran insensibilidad ante el sufrimiento de millones de personas. Los gobernantes de los países que conforman el G-20, organismos como el FMI, la OMC o el BM tienen una enorme responsabilidad en el hecho de que 1.100 millones de personas en la tierra sobrevivan con menos de un dólar diario, o que haya 1.200 millones de seres humanos que no tienen acceso al agua potable, o que haya casi 800 millones de personas analfabetas. En Europa hay casi 17 millones de desempleados y 78 millones de personas amenazadas por la pobreza. En estos tiempos de crisis, ¿cuánta atención mediática han merecido estos datos, que no son nuevos y suponen la cara más cruel del capitalismo? ¿Cuánto tiempo dedicamos al sufrimiento de millones de personas generado por el sistema capitalista?

El capitalismo es un sistema político y económico basado en la injusticia. Un sistema que favorece que el capital transnacional circule libremente entre países, mientras que prohíbe emigrar a las personas para salir adelante. Precisa de guerras genocidas para que la economía crezca mediante el desarrollo de la industria armamentística y para el control de los recursos energéticos. Quienes se van a reunir mañana saben mucho de esto.

Los mismos que nos decían que «lo público» debía desaparecer de la economía, no han dudado en inyectar dinero público en las venas de las entidades financieras para evitar que murieran tras una gestión desastrosa. El dinero, de todos y todas, que no existía para establecer políticas que garantizasen una sanidad universal, una enseñanza pública eficaz o una vivienda digna y asequible a la clase trabajadora del mundo entero, lo han sacado de la chistera para pagar las deudas multimillonarias generadas por los altos ejecutivos que, dicho sea de paso, se han salido de rositas.

Las y los trabajadores poco podemos esperar de la reunión del G-20. A lo sumo se establecerán ciertas limitaciones a la especulación financiera y a la circulación de capital, y restricciones para quien vaya a ingresar su dinero en paraísos fiscales, pero garantizando su pervivencia. Se limitarán a maquillar el capitalismo salvaje, manteniendo su esencia.

La actual recesión económica nos abre a la clase trabajadora y a los sectores populares un escenario de riesgos, pero también de oportunidades. De riesgos, porque los fundamentalistas del capitalismo pretenden instaurar el miedo entre las y los trabajadores para ahondar en las medidas desreguladoras del empleo. Así, en casa la CEOE, CEN o Confebask plantean que el despido, además de libre, sea casi gratuito o solicitan que se retrase la edad de jubilación. En esta misma línea, en diciembre el Parlamento Europeo podría aprobar la jornada semanal de 65 horas, lo cual supondría un retroceso de un siglo en las condiciones laborales en el viejo continente. Además, utilizando la «crisis» como excusa, empresas que tienen millones de euros de beneficios como Bridgestone, o Cie Automotive plantean expedientes que las administraciones públicas aprueban sin ningún rubor. Los gobiernos de Gasteiz e Iruñea pretenden seguir ahondando en su modelo económico neoliberal, reduciendo el gasto social e inyectando dinero público para infraestructuras innecesarias como, por ejemplo, el Tren de Alta Velocidad.

No obstante, la actual coyuntura económica también presenta oportunidades. Ahí tenemos el ejemplo de Sudamérica donde en los últimos años se ha dado un giro a la izquierda muy importante, o las huelgas que durante estos meses se han llevado a cabo en Grecia, Bélgica o Italia.

En Euskal Herria debemos aprovechar para lograr que la mayoría de este país apueste por un cambio social desde la izquierda, por un socialismo de cuño propio. Cuando se ha demostrado que a quienes llevan años predicando las bondades del capitalismo salvaje no les tiembla el pulso a la hora de utilizar nuestro dinero para sacar de apuros a los bancos y sus altos ejecutivos o a las constructoras y sus especuladores, las gentes de izquierdas debemos exigir, más que nunca, que las administraciones inviertan en servicios públicos de calidad que aseguren nuestro derecho a una vivienda digna, a la protección social, a la salud y a la educación.

Es necesario que aprovechemos esta situación para socializar la necesidad de un reparto justo y equitativo de la riqueza, para movilizarnos y subrayar la importancia que tiene poder decidir aquí, en Euskal Herria, también sobre estos temas. Sólo desde una capacidad propia de decisión podremos como pueblo aportar nuestro granito de arena para instaurar un orden social más justo, que es lo que está pidiendo a gritos el planeta en que vivimos y lo que ansiamos millones de personas a nivel mundial.

Por eso mañana, día 15, muchos miles de personas saldremos a la calle en todo el mundo. Porque, parafraseando a Marx, preferimos «el fantasma del socialismo» que recorre el mundo, antes que la moto averiada del capitalismo que los del G-20 nos intentarán vender.

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