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CRíTICA cine

«Una amistad inolvidable»

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Mikel INSAUSTI

Otra vez más, y van unas cuantas, me tocó estar solo en la sala de cine viendo una maravilla que está pensada y hecha con todo el cariño del mundo para los más pequeños. Lo triste es que encima hay que aguantar a los padres de turno, progres ellos, diciendo que ya no se hacen buenas películas para los niños y niñas. Una frase recurrente que queda totalmente invalidada por el nivel técnico, antaño inimaginable, puesto al servicio de fantasiosos relatos infantiles que por fin se hacen realidad. Pero los menores de hoy, sobre todo los preadolescentes, prefieren mandar a sus progenitores a hacer cola para que les saquen entradas de «High School Musical 3». Y éstos, avergonzados, se cubren luego las espaldas con pretextos de lo más burdos, porque la crisis no hace sino favorecer a los gigantes del entretenimiento como Disney. A un genio europeo de la talla de Luc Jacquet no le queda otra que aguantar el chaparrón y seguir inculcando el gusto por el buen cine desde la más temprana edad.

El riesgo es la norma en Jacquet, y quiero creer que en las escuelas no dejarán que las enseñanzas sobre la vida animal contenidas en «Una amistad inolvidable» pasen desapercibidas. En los centros escolares debería ser de visión obligada, pues no hay ninguna película con un nivel de conjunción entre creatividad y didactismo semejante. La única realización que se le puede parecer algo es «El oso», de Jean-Jaques Annaud, pero Jacquet ha sabido aplicar las nuevas tendencias del cine contemplativo a una fábula, en la que el documental sobre la fauna del bosque se nutre de unas dotes de observación mucho más desarrolladas. Mediante este método sensorial consigue que el espectador se deje mecer por la brisa que mueve las hojas de los árboles o impresionar por la tormenta que descarga con fuerza sobre las montañas, al percibir sonidos e imágenes naturales con una inmediatez increíble. «Una amistad inolvidable» no tiene un argumento propiamente dicho, sino que responde a la simple curiosidad de su protagonista, la cual juega a ser una precoz bióloga que a su manera intenta descubrir los secretos de la naturaleza salvaje. Lo radical de la propuesta se sustenta en su presencia exclusiva como única representante del género humano, por cuanto vive en solitario la aventura de la comunicación con un animal, para lo que debe de desprenderse de su condición social y evadirse por completo.

La narración es impulsada por el instante en que la niña se encuentra con el zorro, y sus miradas parecen cruzarse. Es la perfecta ilustración de la instintiva integración del elemento humano en el medioambiente, situación ideal que el gran cantautor valenciano Julio Bustamante (no confundir el nombre artístico) acertó a describir como nadie en su tema «Mundo libélula», cuando este poeta injustamente ignorado asumía la arrogancia de los homínidos, incapaces de detenerse a considerar la existencia de seres catalogados de inferiores como los insectos, en el tiempo suspendido en que la libélula se posaba a un palmo de sus narices.

Por último, la película de Jacquet revela la verdadera esencia de la libertad, aunque a costa de unas escenas duras en las que la niña comete el error de querer convertir al zorro rojo en una mascota, comprendiendo de inmediato la imprudencia temeraria que supone encerrarla en una habitación, por mucho que sea la suya y a ella le parezca fascinante en su estética de ecologismo new age, a juego con su ropa de lana lila.

Ficha

Título original: `Le renard et l'enfant'.

Dirección: Jacquet.

Guión: Luc Jacquet y Eric Rognard.

Intérpretes: Bertille Noël-Bruneau, Isabelle Carré y Thomas Laliberté.

País: Estado francés, 2007.

Duración: 92 minutos.

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