El domingo pasado, un conocido periodista radiofónico del Estado español analizaba con algunos compañeros especializados en el club rojiblanco la figura de Fernando Llorente y lo que significa para la afición del Athletic. Preguntados por el porqué de los pitos y las críticas que tuvo que sufrir un jugador de apenas veinte años por parte de los seguidores, todos coincidían en señalar que fue la ansiedad por encontrar un sucesor al gran Ismael Urzaiz lo que llevó a un sector de la afición a exigir demasiado, y demasiado pronto, al joven delantero.

La comparación era lógica. Dos jugadores que pasaban del 1'90 de estatura, que siempre habían destacado en su faceta goleadora, y que, a pesar de su gran corpulencia, contaban con recursos técnicos suficientes para jugar el balón por bajo. El primero se acercaba al final de su carrera y el segundo comenzaba su camino en la primera plantilla del Athletic. Como ha solido suceder en tantos ejemplos del deporte vasco -siempre se pone a Olano e Indurain como ejemplo- las expectativas fueron desorbitadas y, por tanto, inalcanzables.

Aunque el chaval lo pasó fatal -como ha reconocido en más de una ocasión-, Llorente ha conseguido dar la vuelta a la tortilla y hoy es el día en que ha logrado acaparar portadas y elogios. Y más de uno vuelve a tener la tentación de hablar de Isma y de su sucesor. Por favor, si no es mucho pedir, no vayamos a tropezar otra vez en la misma piedra.