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Txisko Fernández Periodista

La imposición por bandera

Los tribunales españoles, desde el Supremo -con sede en Madrid- hasta el Superior «del País Vasco» (¿O hay que decir «de Euskadi»?) -con sede en Bilbo-, llevan mucho tiempo pasándose por el forro la capacidad legislativa del Parlamento de Gasteiz, por lo que si ahora el primero ha ratificado la decisión del segundo para que la rojigualda ondee en lugar preferente en el edificio de la Cámara autonómica nadie debería rasgarse las vestiduras.

Especial cuidado al airear sus reacciones deberían tener quienes se quedaron de brazos cruzados cuando esos mismos tribunales perseguían a un parlamentario de la izquierda abertzale por exponer desde el atril las raíces del conflicto político; o cuando el mismo Supremo se arrogó la capacidad de disolver todo un grupo parlamentario; o cuando llegaron a condenar a tres integrantes de la Mesa (PNV-EA-EB) por «no poder» cumplir con esa sentencia. De ese «Parlamento Vasco» no ha surgido hasta ahora ni la más mínima iniciativa de confrontación democrática contra la imposición española. Y todos sabemos por qué. Por eso, va siendo hora de que los dirigentes del PNV se dejen de vociferar en cada reinauguración de batzoki contra la izquierda abertzale, como si ésta fuera la culpable de que el teórico pensamiento jeltzale nunca pueda llegar a materializarse.

Si el PNV considerara que la única bandera que debe ondear ante el parque de La Florida es la ikurriña, no habría ningún problema en estos momentos para que la mayoría del Parlamento le replicara al Supremo, al Superior y a la Santísima Trinidad Constitucional que dejen de dar la murga con los símbolos nacionales españoles. Pero como es más que probable que los jeltzales se conformen con que los tribunales españoles no obliguen a la «Selección de Euskadi» a vestir de rojo, tampoco hay que descartar que un día de estos Izaskun Bilbao invite a la Guardia Civil y a los tres Ejércitos a pasarse por el Parlamento para izar la española con todos los honores, con los mismos con los que Ibarretxe dobla el espinazo cada vez que ve acercarse a un Borbón.

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