Atentados en Mumbai
Demasiados frentes abiertos
La proximidad de las elecciones ha puesto en marcha las maquinarias de los partidos políticos, que no dudan en aprovechar la situación para tratar de acceder al Gobierno, y el endurecimiento de la legislación represiva puede convertirse en una bandera propagandística ideal.
Análisis | Txente REKONDO Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
Los ataques de Mumbai han vuelto a evidenciar uno de los múltiples conflictos de India, que en buena medida son el fruto de la política descolonizadora del siglo XX. Ahora la violencia ha salpicado el centro económico indio y ha mostrado que el pomposo título de «la democracia más poblada del mundo» esconde importantes problemas que, a veces, se demuestran como estructurales y agrietan los pilares del Estado.
Algunos analistas occidentales, y otros locales, se han apresurado a calificar los ataques de Mumbai como el «11-s indio», tal vez porque, en esta ocasión, los objetivos elegidos (materiales y personales) les tocan más cerca. Pero no hay que olvidar la perspectiva histórica, que nos recuerda ataques producidos en Mumbai en los últimos años, algunos con muchas más víctimas mortales. En 1993 fue atacado el edificio de la Bolsa (icono económico) y hace dos años más de 200 personas murieron en los ataques contra los trenes de la ciudad.
Sin embargo, esta vez estamos ante un cambio sustancial, sobre todo en el modus operandi. Hasta ahora, muchos de los atentados se cometían con explosivos en zonas públicas, pero, en esta ocasión, el método elegido han sido armas y granadas. Y los objetivos (más selectos y elitistas) indican un cambio. La estrategia ha sido elaborada con minuciosidad y se ha elegido un momento y una forma que ha logrado captar la atención mediática tanto en India como en el extranjero.
Además, la selección de objetivos extranjeros y de locales frecuentados por éstos y por las élites locales ha sacudido la tranqui- lidad de esos actores, que hasta ahora asistían a los diferentes actos violentos en el país como meros espectadores. Pero ahora la violencia se ha reproducido por las calles de una de las metrópolis indias, dejando muy preocupados por su seguridad a quienes hasta ahora miraban desde la barrera, y seriamente disgustados ante lo que se presume un clamoroso fallo de seguridad de las fuerzas policiales y militares del país.
La autoría de los ataques ocupa buena parte de las noticias. Para las fuentes oficiales indias, acostumbradas a ver la mano de «estados extranjeros» en los atentados, los militantes de grupos como Laskhar-e-Toiba (el Ejército de los Puros) o Jaish-e-Mohammed (el Ejército del Profeta), que ya atentó contra el Parlamento indio en 2001, serían sus responsables. El hecho de que podrían haber llegado desde Pakistán avalarían las tesis de una participación extranjera (algunos citan el apoyo del ISI, servicios secretos paquistaníes).
Otros son más cautos y no olvidan una lista de organizaciones musulmanas indias que en el pasado han mantenido enfrentamientos armados con los diferentes gobiernos. El Movimiento de Estudiantes Islámicos de India (SIMI) o los Mujaidines de India (IM) son las principales organizaciones objetivo de la represión.
Históricamente, una parte importante de la comunidad musulmana india percibe su situación como fruto de una política gubernamental orientada hacia su exclusión de la vida política y social. Desde mediados del siglo XX se han sucedido los movimientos de carácter islamista, pero a partir de las últimas décadas éstos han mostrado una transformación y una radicalización que se ha plasmar en las organizaciones ya citadas. En 1999, los dirigentes del SIMI manifestaron que «el Islam es nuestra nación, no India», al tiempo que se ha fomentado una versión neoconservadora del Islam entre los musulmanes indios.
Los apoyos recibidos por parte de instituciones u organizaciones de Kuwait o Arabia Saudí han sido claves en ese desarrollo y en la creación de redes de escuelas y «círculos de estudios» por toda India.
Las actuaciones del Estado han aumentado el sentimiento de rechazo. Muchos ven su situación como el fruto de injusticias cometidas por el Estado, la Policía, la judicatura y otros aparatos o instituciones. «Esa rabia se ha venido manifestando en los últimos años en formas cada vez más violentas», señala un analista local. Además, la respuesta del Gobierno, aplicando las medidas más represivas de la ya represiva legislación india, no hace sino aumentar el descontento. Los arrestos indiscriminados, abuso de poder y marginación no hacen sino enfurecer aún más a los estratos más jóvenes de la población musulmana.
Muchos empiezan a ver este tipo de actuaciones como respuesta a la violencia comunal y como la única alternativa ante un Estado que promueve una India «hinduista y comunal». Esta corriente representa una minoría dentro de la comunidad musulmana de India, pero si la situación no se corrige, su peso puede crecer.
India es un puzzle de conflictos que agrava aún más la situación. En los últimos años, las guerrillas maoístas se han convertido en el principal quebradero de cabeza del Gobierno, que se enfrenta a los militantes del PCI (maoísta) en muchos estados. Además, existe todo un abanico de movimientos independentistas en los estados del noreste y la violencia de organizaciones hinduistas radicales, que actúan en torno a conflictos de castas, religiosos o sobre propiedades de la tierra y que, por lo general, no tiene el eco mediático que el resto.
Por si fuera poco, el conflicto en Jammu & Kashmir ha dado un importante giro en los últimos meses y un movimiento de protesta cívica ha puesto contra las cuerdas al Gobierno central y sus colaboradores locales, y el acuerdo nuclear con EEUU ha generado una importante crisis dentro de la alianza gubernamental. Además, los talibán han declarado a India objetivo militar por participar en la ocupación de Afganistán.
Las consecuencias de los ataques tendrán repercusiones locales y externas. La cercanía de las elecciones ha activado las maquinarias de los partidos que no dudan en aprovechar la situación para acceder al Gobierno, y el endurecimiento de la legislación represiva puede convertirse en una bandera propagandística ideal.
En clave exterior, el reciente acercamiento entre India y Pakistán puede ser seriamente cuestionado de confirmarse la procedencia de los atacantes. Y no se puede perder de vista lo que se suceda en Jammu&Kashmir.
La progresiva división estructural y la dinámica de múltiples violencias y conflictos hacen que el proyecto indio de liderar un mundo bipolar en el siglo XXI esté en cuestión. Un país con fuertes raíces comunalistas y enfrentamientos de todo tipo difícilmente podrá afrontar los retos que se le presentan. Mientras, las grietas se agrandan en el proyecto indio.