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Raimundo Fitero

Abrazos líquidos

S e nos acabó la retórica, ya no quedan muchos tubos catódicos, y esas pantalla planas nos han hecho perder algo de profundidad de campo aunque se gane en nitidez, pero no podemos generalizar, así que diré que me dormí con el abrazo líquido de un noticiario y al despertarme seguía el mismo noticiario, con las mismas noticias, es decir que el señor que yo veía estaba en su casa sacando a pasear a su perrito mientras se repetía hasta la extenuación su noticiario grabado.

Uno busca refugio televisivo de par de mañana de un fin de semana y cuesta encontrar, pero de repente en una plataforma, un reportaje con un nombre excelente «La granja de Frankestein», y ahí que nos quedamos pegados, porque nos hablan de manera visualmente muy dinámica y efectiva, y con unas intervenciones fundamentadas pero en sana contradicción, de las manipulaciones genéticas que se están aplicando en las granjas. No en las orwelianas, sino en las que nos proporcionan productos para nuestra mesa. Y el debate está claro y en este reportaje perfectamente enfocado: la manipulación genética está utilizándose de manera habitual para lograr mayores producciones y hasta buscando pretendidas soluciones a graves problemas que la propia ganadería extensiva provoca.

Como estrella de esta entrega vemos al bautizado como cerdo ecológico. Al simpático animal le han metido un gen que hace que sus heces no contenga tanto fósforo, que es un problema muy grave en el medio ambiente cuando las purinas sobrepasan los límites de lo sensato. Nos dan datos: se sacrifican en el mundo algo más de dos millones de cerdos al año, y es una carne que aporta proteínas a muchos millones de seres humanos, pero producen unos excrementos que podrían ser reutilizados como fiemo orgánico pero en esas cantidades contaminan y dañan gravemente el entorno. Han «inventado» ese gen que soluciona parte del problema. ¿Será verdad o es propaganda? Y de nuevo la suspicacia genética ataca, la carne de ese cerdo manipulado, ¿no nos afecta a los consumidores humanos? Y más allá, ¿cuántos alimentos de animales o plantas manipuladas ingerimos al día sin saberlo? Seguiremos rumiando.

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