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Las alianzas estratégicas que mantiene el PNV son las que llevan el sello de Madrid

Durante los últimos siete días se ha puesto de manifiesto, una vez más, que la realidad socio-política de Euskal Herria no es la que pretende trasladar la dirección del PNV ni la que se empeña en difundir Juan José Ibarretxe. En apenas una semana, el partido jeltzale ha reaccionado con virulencia a los mensajes lanzados en clave abertzale por ELA en su congreso; ha lanzado sus críticas más ásperas contra la trayectoria histórica de la izquierda abertzale, como hizo ayer mismo Iñigo Urkullu ante la tumba de Sabino Arana; ha movido a sus peones en las federaciones deportivas autonómicas para atacar a quienes llevan años impulsando el reconocimiento oficial de nuestras selecciones nacionales; y ha calificado de insensatas a todas las partes que se han opuesto a la «fusión a dos» de las cajas de ahorro, propuesta que había diseñado como un órdago al PSOE cuando este partido sacó a la entidad alavesa del proyecto inicial compartido entre ambas fuerzas.

Mientras tanto, el candidato jeltzale a lehendakari de la CAV hace alarde de su simpatía por la familia real española, anteponiendo su presencia junto al príncipe Borbón en un evento empresarial a la asistencia programada a un acto para conmemorar el centenario del Hospital de Basurto, una entidad social que, sin duda, cuenta con mucho más apoyo ciudadano en nuestro país que el heredero del sucesor en la Jefatura del Estado designado por el dictador Franco. El mismo lehendakari que nunca ha abierto las puertas de Ajuria Enea a los sindicatos, a los representantes de las trabajadoras y trabajadores, para quienes no tiene palabras de alabanza ni en época de bonanza económica ni ahora que están cargando con el auténtico peso de la crisis, la crisis real, la que pone en la picota a miles y miles de familias vascas, que tienen que hacer frente a las hipotecas y a los expedientes de regulación de empleo para que, además, aquellos banqueros y empresarios que se han enriquecido sin escrúpulos se lleven ahora una prima extra a cargo de las arcas públicas.

Por eso, escuchar a Urkullu en Sukarrieta hablar de una supuesta conspiración entre la izquierda abertzale y el unionismo español, por no apoyar la propuesta jeltzale para la fusión de las cajas, o asegurar que, para hacer frente a la crisis económica, el PNV tomará las medidas que crea necesarias «diga lo que diga el Gobierno español o su Tribunal Constitucional» no deja de sorprender. Más aún si se repasa cuál ha sido en las últimas décadas el eje de las alianzas estratégicas de este partido: el pacto, cueste lo que cueste, con el Estado español.

Porque no fue la izquierda abertzale la que dejó fuera del proceso de negociación al PNV, como Imaz y Urkullu intentaron trasladar a la sociedad vasca en los momentos más críticos de aquel proceso, sino que fue su alianza con el PSOE la que dejó sola en Loiola a la izquierda abertzale. Y no ha sido la izquierda abertzale, ni tampoco EA o EB, la que ha echado al PNV en brazos del PSOE para pactar los presupuestos de Lakua y de las tres diputaciones que dirigen los jeltzales, sino que ha sido el partido de Urkullu el que ha sellado en Madrid un acuerdo bilateral con el PSOE para evitar una importante derrota parlamentaria al Gobierno de Rodríguez Zapatero; y lo ha hecho a cambio de casi nada, a no ser que exista otro acuerdo en la trastienda cuyos contenidos no hayan salido a la luz pública o que hayan vuelto a dejarse engañar con promesas que su auténtico «socio estratégico» no está dispuesto a cumplir.

El sentido común y la demagogia habitual

El frustrado proceso de fusión de BBK y Kutxa diseñado por el PNV no se había basado en el sentido común, por mucho que la noche del viernes, tras las votaciones, sus impulsores defendieran el proyecto con un argumento tan endeble como, hay que reconocerlo, eficaz si se repite miles de veces. Este proyecto tiene ya a sus espaldas un largo recorrido, por lo que no es el estallido de la crisis económica el que lo hace necesario ahora. Ni su trayectoria va a terminar aquí, porque hay fuerzas sociales y políticas que, con perspectivas incluso enfrentadas, reclaman otros modelos de fusión.

Apelar al sentido común para descalificar a quien no comparte tus ideas no es más que un ejercicio de demagogia. Y, en este caso, a la demagogia habitual hay que sumar el desprecio al sentido democrático de la vida política. ¿Es posible, apelando al sentido común, que alguien defienda que la composición de la asamblea de Kutxa refleja el auténtico espectro social de Gipuzkoa? De los cien compromisarios, la mitad más uno (51) corresponden a PNV-EA, mientras que a la izquierda abertzale se le asignan un par de ellos; y CCOO (con 9) tiene el triple de representación de la que suman LAB y ELA.

Aferrarse a los números establecidos por la aritmética del apartheid al lamentar que sólo hayan faltado cuatro votos para que la fusión tuviera luz verde sí es faltar al sentido común. Como negar que el PNV y el PSOE mantienen una estrategia común de largo y profundo recorrido es faltar a la verdad. No obstante, no está de más apelar a la ética política para que tanto unos como otros no sigan ofreciendo el estéril espectáculo electoral de presentarse como encarnizados enemigos. Patxi López puede ser una alternativa personal a Ibarretxe, pero por ello no dejan de ser las dos cruces de la misma moneda, la que lleva el sello español en la cara.

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