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Iñaki Lekuona

Próspero año nuevo

 

Este pasado viernes, un conductor de autobús encontró en una barriada de París, en la calle de la Rosaleda, el cadáver de un hombre de unos 59 años, un sin nombre, de ésos que llaman SDF, un sin domicilio fijo que no es más que el eufemismo con el que los franceses señalan a aquellos desventurados cubiertos por las espinas de la indigencia. Murió de frío, anunciaron los periódicos. «No, no se muere de frío, se muere de miseria extrema», han corregido desde una de esas organizaciones que intentan mantener la vida y la dignidad de esas personas.

Dicen que la muerte nos iguala a todos. No es cierto. A Thierry Magon de Villehuchet, aristócrata y financiero francés de 65 años afincado en la Gran Manzana, no lo encontró la muerte en mitad de una calle helada. Fue él quien fue a buscarla hace una semana en el confortable vigésimo segundo piso del número 509 de la Avenida Madison, su oficina, allí donde buscó colocar su fortuna a la altura de su codicia, allí donde acabó arrojando casi un millar y medio de millones de dólares por la pendiente de la gigantesca pirámide Madoff. Se cortó las venas. No pudo soportarlo, dicen. El sin nombre de París tampoco, pero él no eligió morirse.

Al gusano que le ha salido a la Gran Manzana le han puesto de nombre Bernard, pero hay otros muchos sin nombre, de esos que llaman VIP, de esos que devoran el mundo a dentelladas. Esos también acabarán muriéndose, pero la muerte no les igualará con los miserables cuya única fortuna en la vida es el infortunio. Es sorprendente cómo esta putrefacción no ha fermentado todavía en millones de revueltas. Aunque este año nuevo parece que será próspero.

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