Al repetir el mantra electoralista de que él no tiene en la cabeza elecciones sino soluciones, el lehendakari Juan José Ibarretxe sigue guardándose para sí la fecha en la que convocará las autonómicas. Pese a todo, se sabe que las urnas se colocarán un domingo de marzo, por lo que el margen para la sorpresa es estrecho. Por eso sorprende más el empecinamiento de Ibarretxe en ocultar la ficha bajo su barrilete.

Estas elecciones llegan en un momento importante, cuando hay indicadores de que en la próxima legislatura habrá de acometerse algún tipo de reforma del marco autonómico. Podrá ser para, simplemente, remozar el actual Estatuto, con un lavado de cara, o bien para afrontar de verdad el salto hacia el derecho a decidir.

En ese contexto, antes de que se abra oficialmente la campaña habrá de librarse una importante batalla democrática, la que defina si un importante sector social de este país, el del independentismo de izquierda, tendrá o no presencia en el próximo Parlamento de Gasteiz. Contra lo que pudiera parecer, ésta no es una batalla que interesa únicamente a la izquierda abertzale, puesto que afecta directamente al equilibrio de fuerzas entre los partidos de obediencia vasca y los de obediencia española en una institución especialmente sensible a estos altibajos. Los votantes abertzales del PNV, por ejemplo, debieran tener en cuenta que ni el proyecto de nuevo Estatuto de 2004 ni la Ley de Consulta de 2007 se hubieran aprobado en Gasteiz sin la presencia de la izquierda abertzale. De hecho, lo más probable es que ni siquiera Juan José Ibarretxe hubiera sido lehendakari en los últimos cuatro años.

Iñigo Urkullu ha puesto en circulación en los últimos días la idea de que el PSOE siempre podrá echar mano de la Ley de Partidos para intentar ajustar los resultados de las elecciones a los intereses de José Luis Rodríguez Zapatero y Patxi López. Lo que el presidente del EBB no acaba de definir es qué quiere el PNV. La pregunta ante las próximas elecciones no es si el PNV quiere que la izquierda abertzale esté o no en el Parlamento, sino si el EBB quiere una Cámara que represente la radiografía de la ciudadanía de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa o si, por contra, prefiere un hemiciclo desequilibrado, con predominio de las fuerzas unionistas, para hacerle así más fáciles sus negocios con el PSOE.

Independientemente de los movimientos que haga el Estado, también la izquierda abertzale deberá acometer una reflexión sobre qué tipo de parlamento quiere en Gasteiz para los próximos cuatro años. Evidentemente no está en su mano decidir si sus papeletas serán anuladas o no, pero no son ésas ni todas ni las únicas cartas que puede jugar sola o en compañía de otros.

En cuanto a los resultados que puedan ofrecer finalmente las urnas, resulta llamativo el interés común que muestran el PNV y el PSOE por ofrecer una imagen estática en la que se presentan como únicos protagonistas de un empate con el que que pretenden obligar al electorado abertzale o unionista a agruparse en uno de esos dos polos. En este sentido resultó aleccionadora la instrumentación que los medios oficiales de la CAV hicieron del informe preelectoral diseñado por la factoría de Paco Llera, ex dirigente del PSE y miembro activo de distintas plataformas surgidas en el pasado en sus aledaños. Un sondeo trucado al que EiTB sirvió de inesperado altavoz.

PNV y PSE jugarán a presentar una falsa dicotomía. Juan José Ibarretxe o Patxi López. Euskadi o Madrid. Pero todos los indicios apuntan a que el resultado final será la combinación de ambos. Un gobierno de coalición -explícito o como pacto de no agresión- en el que el candidato del partido más votado gobernará con el apoyo del otro. Y escribo el candidato del partido más votado y no el candidato más votado, porque puede que Ibarretxe sea el ganador, pero no la figura que acepte la Lehendakaritza para que el PNV gobierne asociado con el PSE y Sabin Etxea opte por sustituirlo pasados los comicios.