La última agresión sionista a Gaza ha dejado en evidencia, por si alguien tenía dudas, el carácter del Estado de Israel, formado de las cenizas de la limpieza étnica de la Naqba, en 1948. Es un Estado racista, sanguinario e inhumano. Pero, pese a ello, es un Estado respetado y apoyado por Occidente.

EEUU, Rusia, la UE y la ONU se han limitado, una vez más, a ponerse del lado del agresor y a demandar un alto el fuego que permita el envío de ayuda humanitaria.

En otras palabras, está pidiendo volver a la situación anterior a la ruptura de la supuesta tregua, cuando Israel «sólo» mataba una veintena de palestinos a la semana y el bloqueo criminal sionista había llevado ya a los gazatíes a una situación de emergencia humanitaria, pese a que Tzipi Livni -el supuesto lado «amable» de la política israelí frente al halcón Benjamin Netanyahu- diga ahora que en Gaza no existen problemas humanitarios.

Es cierto que los palestinos necesitan alimentos, combustible y medicamentos, pero lo que precisan de verdad es que acabe el bloqueo de Gaza y la ocupación de Cisjordania. Les hace falta dejar de estar sometidos por un Estado fascista que se viste de democrático. Para ello hay que ir más allá de la ayuda humanitaria, que no compromete a nada, y aislar mediante el boicot y la ruptura de relaciones diplomáticas a Israel hasta que deje de oprimir a los palestinos. O de ser un carnicero.