Maite Ubiria Periodista
Condenados, condenables, condenadores
La tierra palestina se desgarra. Los habitantes de Gaza soportan una ración suplementaria de violencia israelí a sumar a dos años (más) de supervivencia en un campo de concentración. Y recogen muertos mientras el mundo mira.
El presidente Sarkozy recibe a la ministra Livni, que califica de «correcta» la situación humanitaria en Gaza. La titular de Exteriores anuncia también que seguirá la masacre, y de paso cae otro cerrojo sobre Cisjordania, y pese a todo sus gentes enfrentan en las calles al verdugo.
Los palestinos han sido condenados a morir bajo las bombas que Occidente carga en los aviones y tanques de su amigo israelí. Pero incluso como víctimas resultan sospechosos. De suerte que por menor que sea su reacción a la agresión extrema se convertirán de inmediato en doblemente condenados.
La diplomacia se encarga ya de presentar la próxima mini-gira de Sarkozy como la antesala de la deseada «vuelta a la normalidad». A la situación habitual de muerte lenta bajo el bloqueo y la aniquilación militar.
Entre tanto, nuestra Europa, al igual que su presidente de turno, se muestra perturbada al ver imágenes que desentonan con los chinchines de fin de año.
Pero a la ciudadanía no se le informa de que durante el semestre francés Sarkozy ha trabajado sin descanso hasta conseguir elevar el rango del estatus de Israel en sus relaciones con la Unión Europea.
Por eso se saluda tan cálidamente con una ministra que defiende como «correcta» la muerte de decenas de niños. Y no condena su violencia, ni tilda a Livni de escoria, como hizo con sus compatriotas de las banlieu. Sólo le pide, por ahora sin éxito, que permita el paso de unas migajas de ayuda a Gaza.
Y en pleno baile de disfraces, y con el club de los condenables (sin condena) a rebosar de impunidad, la mayoría de nosotros jugamos el papel que se nos asigna sin pensar en tomar actitudes un poco más arriesgadas.
Se ha puesto caro despegarse de las extrañas compañías, de esos condenados tramposos que se emplean a fondo para ocultar en todo o en parte la naturaleza de los problemas. Por eso hoy es más importante que nunca discernir. Para cambiar la realidad que nos duele y evitar más desgarros, como en Palestina.