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Mertxe AIZPURUA

Rituales del fin de año

El último día del año observé a dos compañeros de trabajo volcados sobre sus respectivos cajones. Presos de un frenesí depurador, se dedicaron a limpiar y ordenar la montaña de cosas inútiles que habían ido guardando a lo largo de los últimos 365 días, como si ese acto supusiera un antes y un después en su desorden cotidiano. Visto el ritmo acompasado con que ejecutaban la tarea y la expresión de satisfacción que mostraban sus rostros, intuí que habían repetido ese mismo acto todos los años, como una especie de ritual sanador de sus existencias. Nada como ordenar un cajón como para ordenarte, de paso, la vida y, seguido, levantar la copa de champán para calmar al monstruo del tiempo. Vivimos de rituales y, a pesar de las tentaciones de sentir buenos propósitos, quizá lo mejor es tener la conciencia de que nunca se cumplirán. Así, al menos, no nos sentiremos defraudados. El cajón del escritorio volverá a acumular los mismos objetos a los que un día daremos la suficiente consideración como para ser guardados, aún a sabiendas de que su destino final no será otro que terminar en la papelera cuando finalice el año. No deja de ser un ceremonial como otro cualquiera. Como el de saludar el nuevo año, cuando de la misma forma que sabemos que traerá avances médicos para salvar a la humanidad, no ignoramos también que la medicina de las armas y el poder equilibrará la tan necesaria balanza de muertes en el planeta. O sea, que los cajones de mis compañeros y el mundo que nos rodea a todos seguirán exactamente igual, y que maldita la gracia si este 2009 ha nacido con un segundo extra. A más de un palestino se le hará interminable.

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