Cinco décadas de revolución entre logros y desafíos
Hace exactamente 50 años Cuba vivía una verdadera fiesta colectiva. La caída de la dictadura y el triunfo de la Revolución concitaron distintas sensibilidades y anhelos en una inmensa celebración popular que se prolongaría durante dos semanas. Ha pasado ya medio siglo de aquellas imágenes que hoy forman parte de la leyenda y de la historia.
J.M. ARRUGAETA-J.MACÍAS
La sociedad cubana de 2009 observa con orgullo su pasado pero centra su mirada especialmente en un futuro necesitado de medidas urgentes que acaben con distorsiones, carencias y sueños postergados. Este cincuenta cumpleaños marca el punto y aparte de un apasionante proceso social y político que ha dado mucho de sí en este breve ciclo histórico. Aquella joven Revolución verde olivo triunfante tuvo que enfrentarse a los pocos meses de su instauración, sin apenas tiempo para despertar del sueño, al inmenso y letal poderío de un imperialismo estadounidense situado a 120 millas de sus costas y eterno «garante» de la vida y los gobiernos de la República.
Mientras tanto, el nuevo Gobierno del pueblo se dedicaba con sorprendente ahínco a transformar la realidad expandiendo el campo de lo posible, «conquistando el cielo por asalto» en unos años que alcanzaron por derecho propio el rango épico del mito: La alfabetización, las reformas agraria y urbana, la abolición de la propiedad privada, el intento de construir un «hombre nuevo» ético y solidario, el foquismo guerrillero en el continente y la epopeya internacionalista del Ché, la resistencia ante la agresión externa e interna... Referentes obligados de una década prodigiosa, acontecimientos, propuestas colectivas y personalidades que sólo una verdadera Revolución es capaz de engendrar y mantener en su seno.
Límites de la realidad
Las dificultades económicas, las agresiones permanentes, el bloqueo, los errores y los fracasos propios o la resistencia del ser humano a transformarse a sí mismo, fueron marcando poco a poco los límites de la realidad. Sobrevivir sin dejar de cambiar la sociedad mientras se readaptaban los mecanismos de funcionamiento a los nuevos contextos (como la caída de la URSS y el bloque socialista) se convertiría finalmente en un logro nada desdeñable acompañado siempre de una larga lista de enemigos, abiertos o disimulados, vaticinando periódicamente el fin del sueño colectivo... Finalmente, la Revolución y su liderazgo histórico han sabido salir airosos de todos los peligros y amenazas demostrando que la voluntad humana y política, contrariando al marxismo clásico, puede «determinar en última instancia» el desarrollo de los acontecimientos. En términos cubanos, «cuando se quiere, se puede».
Cuba llega a este 2009 con un delicado balance entre logros y desafíos. Es un país plenamente independiente (excepción en el concierto internacional de naciones) y cuenta con una amplia cobertura social que incluye, entre otros referentes, importantes índices de salud, educación, alta expectativa de vida y baja mortalidad infantil o una distribución de la riqueza relativamente equilibrada. Y todo ello con una notable seguridad y estabilidad social.
Paralelamente, la inteligente política cubana ha conseguido blindar durante los últimos años los abastecimientos imprescindibles para el funcionamiento de su economía, mediante relaciones estratégicas con China, Venezuela, Rusia y, más recientemente, Brasil, además de diversificar al máximo sus mercados e intercambios comerciales.
Su experimentada y paciente diplomacia, basada en una sólida política de principios, cooperación y respeto, ha logrado, por ejemplo, un brillante colofón en la Cumbre Latinoamericana y Caribeña celebrada semanas atrás en San Salvador de Bahía. La plena reincorporación y reintegración de Cuba a su entorno natural, sin condiciones, representa de hecho una verdadera «humillación» para la torpe y prepotente política exterior estadounidense. El principio del fin de un camino inútil, estéril y costoso (en vidas humanas y en cifras económicas) que está condenado a ser sustituido por otras actitudes del nuevo Gobierno estadounidense, obligado a asumir que el bloqueo a Cuba y las relaciones con la isla son un tema ineludible a corto plazo, una vez que América Latina ha expresado con absoluta claridad que esa cuestión es prioritaria en la agenda continental.
La gran asignatura pendiente
Frente a una sociedad estable y un entorno internacional inmejorable, la Revolución cubana se juega su futuro y su continuidad en el ámbito de las deficiencias internas (tal y como adelantara Fidel Castro a finales de 2005 en un histórico discurso pronunciado en la Universidad de La Habana).
El salario no alcanza, la doble circulación monetaria distorsiona las relaciones y las políticas distributivas, la corrupción y el mercado negro son poderosos y complicados enemigos que van extendiendo su perversa red de complicidades, los históricos valores sociales colectivos pierden terreno frente al egoísmo y el enriquecimiento personal de determinadas capas de población... Males y descontentos que se van extendiendo silenciosa y peligrosamente más allá de todo estudio estadístico.
Enfrentada a rectificar estas marcadas tendencias, la Revolución tiene el desafío a corto plazo no sólo de demostrar que es capaz de mantener la imprescindible estabilidad política y social en el momento de su relevo generacional de poderes, sino también de probar, mediante la aplicación de determinadas medidas claras y eficientes en la cotidianidad, que puede posibilitar un aumento del nivel de vida y un crecimiento económico constante y palpable de acuerdo a las aspiraciones de una sociedad cada vez más diversa y plural, siguiendo los propios patrones de crecimiento educacional y cultural aplicados por la Revolución a lo largo de sus cincuenta años de existencia.
Una estructura social con un cierto nivel de desarrollo que aspira a vivir como tal sobre una base económica subdesarrollada, no lo olvidemos, marcada por bajos índices de productividad y eficiencia. Recibir sin trabajar, gastar más de lo que se crea plantea, sencillamente, una ecuación irresoluble incluso para una Revolución imaginativa y basada en la justicia social como la cubana.
Los caminos y soluciones no son ni fáciles ni sencillos. Durante la recién concluida Asamblea Nacional (27 de diciembre), el ministro de Economía, José Luis Rodríguez, ponía los datos en blanco y negro: los recientes daños producidos por los ciclones del año 2008 equivalen a un 20% del PIB y se tardará al menos tres años en recuperar estas afectaciones, especialmente en el sensible ámbito de la vivienda (670.000 casas dañadas, un 17% del fondo habitacional de todo el país).
Raúl Castro, por su parte, volvía a reiterar en su discurso de clausura la firme voluntad de que el trabajo sea la base fundamental de la estructura social bajo una serie de premisas básicas: Eliminar gratuidades y subvenciones generalizadas e indiscriminadas, tender a la supresión de la doble circulación monetaria, combatir fenómenos sociales distorsionadores (robo, corrupción, irresponsabilidades de funcionarios y cuadros, falta de control financiero...) en aras a conseguir que el valor del «salario-trabajo» alcance el rango que merece y reclama.
Definiciones vitales
Declaraciones de intenciones que, sin duda, están cada vez más necesitadas de medidas y disposiciones concretas y que afectarán intereses internos (directamente relacionados con la corrupción, el mercado negro y la ineficiencia administrativa) generando manifiestas tensiones sociales. Pero todo el mundo es consciente en la isla caribeña de que éste es sin duda un momento de definiciones vitales y de que la Revolución debe apoyarse en los sectores sociales que le son propios, adoptando medidas que beneficien y privilegien a trabajadores, profesionales y campesinos, teniendo muy en cuenta a los pensionistas y a los sectores más vulnerables de la población.
La Revolución cubana ha sido uno de los acontecimientos más importantes e influyentes del siglo XX extendiendo su vitalidad en este nuevo ciclo. Está cumpliendo cincuenta años y ese mismo hecho es todo un acontecimiento.
Su futuro inmediato parece estar en sus propias manos: Hoy por hoy, Cuba es una nación soberana e independiente que decide día a día su porvenir. Sólo por eso, este pequeño y combativo país caribeño debería ser declarado a estas alturas de la historia Patrimonio de la Humanidad.
Cuba es una nación soberana e independiente que que día a día decide su porvenir. Sólo por eso debería ser considerada Patrimonio de la Humanidad.