Puntos colaterales de la masacre
El posicionamiento de EEUU no deja mucho margen para el cambio. Con Bush o con Obama (con la presencia de Hilary Clinton), la actitud de Washington seguirá en la línea de apoyo incondicional a Israel.
El autor analiza las posibles consecuencias que la ofensiva sionista contra Gaza puede desencadenar en las relaciones diplomáticas en la región y en el resto del mundo, destacando la posibilidad de que grupos salafistas arraiguen en Palestina.
La agresión de Israel contra la población palestina genera rabia y dolor, y en muchas ocasiones eso nos puede impedir analizar en profundidad algunos aspectos que se pueden estar sucediendo tras ese escenario y que probablemente tendrán su incidencia directa en el desarrollo del mismo.
La lucha por hacerse con el protagonismo en la región, el posicionamiento en el lado de los agresores de EEUU y la Unión Europea, el auge de movimientos islamistas radicalizados, las consecuencias para los corruptos regímenes árabes que perduran en la zona son algunos de esos aspectos que conviene repasar en estos momentos.
Las intenciones de Israel, más allá de la retórica habitual, no están del todo claras. Tras las declaraciones oficiales se siguen escondiendo los objetivos reales del gobierno sionista. La búsqueda de una nueva «situación de seguridad» en el sur de Israel es el argumento más repetido. Para ello, se apunta desde las fuentes israelíes que es necesario poner fin al lanzamiento de cohetes contra su territorio, y siguiendo la lógica argumental diseñada en Tel Aviv, la mejor manera de logarlo es con la eliminación de Hamas.
Ese golpe de estado o cambio de régimen es algo que Israel desea con el apoyo de Washington y la Unión Europea, y que no ven con malos ojos los gobiernos aliados de éstos en la región. En este sentido hay que interpretar la destrucción absoluta de todos los edificios e infraestructuras claves para el desarrollo normal del gobierno de Hamas, y el añadido sufrimiento indiscriminado hacia la población, con la intención de que ésta se vuelva contra los dirigentes islamistas ante la imposibilidad material de éstos de atender las demandas.
Y no podemos olvidar tampoco el contexto elegido por los estrategas sionistas para lanzar esta nueva masacre contra el pueblo palestino. En vísperas electorales en Israel, con la toma de posesión de Obama a corto plazo y sobre todo con el final del mandado del presidente palestino, Israel ha sabido conjugar esa situación y esos factores para lanzar un claro mensaje a todos ellos.
En este contexto genocida provocado por Israel, es interesante observar por tanto, los movimientos de algunos terceros actores. El posicionamiento de Estados Unidos no deja mucho margen para el cambio. Con Bush, o con Obama (con la presencia de Hilary Clinton) la actitud de Washington seguirá en línea con el apoyo incondicional a las atrocidades de Israel, y la llamada Unión Europea, tampoco parece aportar más que resentimiento y rechazo para la población palestina y para el mundo árabe en general.
La insistencia eurocéntrica de presentar el conflicto como una lucha entre «moderados y extremistas» no ha hecho sino acentuar las divisiones entre el mundo árabe, y dentro de la propia resistencia palestina, pero que a medio y largo plazo se está volviendo en contra de la propia Unión Europea.
En línea con esa estrategia se sitúan los esfuerzos para disminuir la influencia de Irán en la región. Desde hace algún tiempo Teherán ha logrado superar las reticencias creadas en la división entre chiítas y sunitas, y a días de hoy los dirigentes iraníes han visto aumentado su peso estratégico entre buena parte de las poblaciones de la región, y sobre todo entre actores como Hizbullah o Hamas.
Cabe entender también el papel de Arabia Saudita y el auge de determinadas corrientes islamistas radicalizadas. Los dirigentes sauditas llevan tiempo apoyando el papel de EEUU y sus aliados en la zona, y a la vez, observan con temor el auge de Irán como actor de peso en la región. Sus maniobras para contrarrestar esta situación no son nuevas, y como en pasado, pasan por la promoción de grupos u organizaciones islamistas de carácter salafista que hacen de la división entre chiítas y sunitas su bandera de batalla.
El reciente lanzamiento de cohetes desde el sur del Líbano podría obedecer a esta estrategia saudita, que todavía no ha superado el resultado de la agresión del Líbano en 2006 y la victoria que supuso para Hezbollah. La reciente aparición del grupo Resistencia Islámica Árabe, proclamando su carácter netamente árabe (en clara contraposición al mundo persa iraní) busca ser el freno o el contrapeso de Hezbollah en Líbano, y desde Riyadh se lleva tiempo buscando canales de colaboración con integrantes del islamismo sunita más radicalizado y también con algunos sectores de la comunidad chiíta libanesa descontentos del predominio de Hezbollah.
A todo ello se uniría la tentación de estas organizaciones para instalarse en el espectro palestino. Una derrota de Hamas, o una situación muy debilitada de la resistencia palestina intentaría ser aprovechada por los grupos salafistas para aumentar su presencia en Palestina. En el pasado diferentes grupos han intentado abrirse paso en ese escenario, pero hasta ahora sus intentos no han encontrado mucho eco entre la población local. A finales de año, una nueva organización, Jahafil al-Tawhid wa-l-Jihad (Legiones de la Unificación y la Jihad), se presentaba como defensora de la ideología jihadista transnacional y señalaba a como enemigos a cualquiera que entablara conversaciones con Israel, una velada amenaza contra los dirigentes de Hamas.
Aunque es prematuro para constara el peso real de estos grupos, lo cierto es que la penetración jihadista puede acabar llegando a Palestina, bien como reflejo de una mayor radicalización social, o como instrumento de terceros actores, algo que en el pasado ya utilizaron tanto estadounidenses como sauditas en Afganistán, y en cierta medida en Palestina.
Otra víctima colateral del conflicto puede acabar siendo Egipto, y al mismo tiempo los regímenes colaboracionistas de Occidente en la zona. El peso de Egipto ha venido decayendo en los últimos meses, y a ello hay que añadir la preocupación del régimen ante las amenazas internas que cada día se hacen más visibles. Las protestas laborales de los trabajadores de determinados sectores, las articulación de un discurso jihadista siempre presente en determinados círculos y la postura de absoluta colaboración hacia EEUU e Israel, están mermando seriamente las capacidades egipcias de maniobra en todos los ámbitos. La política de represión de cualquier protesta, la división de la oposición y la eliminación de cualquier rival siguen siendo las señas de identidad de la política doméstica. Su peso mediador sigue siendo importante, pero recientemente ha visto cómo la presencia de Turquía le ha venido arrebatando cierto protagonismo en los entresijos de las diferentes negociaciones multipartidistas que se producen desde hace meses.
Y no se debe olvidar que en Egipto la militancia jihadista no ha sido eliminada, «a lo sumo se le ha contenido», pero todavía existe en el país un importante caldo de cultivo y las estructuras necesarias para que en un determinado momento se pongan en marcha, dentro de la estrategia transnacional de esos grupos. Una desestabilización del régimen en Egipto tendría su repercusión directa en otros estados como Jordania, Siria o Líbano, y afectaría también a la propia Palestina.