LA CONTRA
Aprender a nadar en río revuelto
Ramón SOLA
Desde que por estos pagos se puede ver la Premier League, uno ha redescubierto el placer del fútbol en estado puro. Un deporte en el que los protagonistas son los jugadores y no los árbitros, y en el que el fruto es el espectáculo deportivo que llena las tribunas y no polémicas vacías que sólo llenan páginas. Pero los clubes y los aficionados vascos no tienen la suerte de competir en ese fútbol, sino en el del país de los pícaros, a los que en su versión futbolística será mejor llamar corruptos.
Si la Liga española quiere algún día ser la mejor del mundo tendría que empezar por copiar algunas cosas. Por ejemplo, lograr que los árbitros sean invisibles, como en Inglaterra, y no personas con una curiosa sicología caracterizada por el afán de protagonismo. Y hacer que los «piscineros» sean señalados y castigados como lo que son, unos tramposos, y no festejados como reyes de la picaresca, una dinámica que hace que justos -como Juanfran- terminen pagando por pecadores.
Osasuna -como el Athletic, la Real, el Alavés o el Eibar- no puede aspirar a cambiar todo esto, así que está condenado a aprender a nadar en este río revuelto. Y ahí es donde, año a año, revela una incapacidad preocupante. Cualquier aficionado rojillo medianamente informado recordaba cómo Pérez Burrull hizo otro arbitraje premeditado y alevoso en su contra en el Bernabéu, en diciembre de 2005. Cualquier club habría denunciado su designación para este domingo. Cualquier entorno mediático habría alertado de lo que podría volver a pasar. Pero en Iruñea sigue gustando más el fútbol que la polémica, más la Premier League que la Liga española... y así le va a Osasuna.
Si Izco no reaccionó antes, no sirve de nada hacerlo cuando no tiene remedio. La ruptura de relaciones con todo el colectivo suena más a pataleta de hooligan y a demagogia que a la gestión eficaz e inteligente que exige un campeonato de tramposos como éste.