20 años desde las conversaciones de Argel
El primer paso para llegar hasta el umbral de la solución
En Argel, el debate del cambio de marco se encontraba circunscrito sólo a la izquierda abertzale. En la actualidad, la necesidad del cambio político y sus contenidos se han generalizado en la sociedad. Ésa es su victoria. Hasta ahora, los procesos de negociación terminan por romperse sin lograr forzar las posiciones del Estado. De ahí la reflexión de que sólo una acumulación de fuerzas política y social podrá decantar un proceso de solución de forma positiva.
Iñaki ALTUNA Periodista
Pese al tiempo transcurrido, la experiencia de Argel no es cuestión del pasado, tal y como lo reconocen las partes en litigio. En las últimas fechas, los mandatarios españoles han hablado de tres intentos negociadores con ETA, el primero de ellos aquel de Argel. Las experiencias anteriores, como la que llevó a la liquidación de un sector de ETA-pm, no se inscribirían, por tanto, en el terreno de la negociación política. También ETA, en su «Zutabe» 110, publicado en abril de 2006, justo tras el anuncio de alto el fuego permanente, considera que Argel supuso un «punto de inflexión» en el «frente negociador».
Un punto de inflexión también para la izquierda abertzale, al verse obligada a realizar una aproximación concreta al terreno de la negociación política, pues hasta entonces, tal y como señala el libro «Los días de Argel», escrito por Giovanni Giacopucci e Iñaki Egaña en 1992, se pecaba en este tema de un marcado idealismo. En el periodo previo a las conversaciones, ETA elaboró un documento para el debate, uno de cuyos autores, según se recoge en el citado libro, fue Josu Muguruza, muerto a tiros en Madrid tras ser elegido diputado y que en ese momento se encontraba refugiado en Ipar Euskal Herria. En aquel análisis, primero, se resaltaba la importancia del escenario táctico para el proyecto independentista, porque se descartaba expresamente «la inminencia de la conquista de los objetivos estratégicos». En definitiva, la organización desechaba planteamientos insurreccionales o de etapa única. «Frente a tesis insurreccionistas, y teniendo en cuenta tanto las características de Euskadi como enclave geográfico, como las de los estados que nos oprimen y dividen, entendemos no viable una victoria militar sobre éstos en las condiciones actuales, y adoptamos una táctica de conquistas irreversibles, mediante la correlación de fuerzas favorables que se resuelvan mediante la negociación». Blanco y en botella.
Muchas cosas de Argel suenan al mirar al último intento negociador, aunque existe una evolución evidente en la posición del independentismo, primero porque la Alternativa Democrática del 95 diferencia el acuerdo entre las fuerzas vascas y la negociación con los estados, y porque, después, en la propuesta de Anoeta de 2004, se fija el método de las dos mesas (ETA-gobiernos y la de partidos) con mucha más claridad que en el país magrebí, hasta delimitar qué es lo que debe concluir cada una de ellas. Con todo ello, más que un procedimiento de negociación concreto, lo que plantea es habilitar un proceso democrático. Un punto sustancial de la evolución de la izquierda abertzale se encuentra también en que, después de Argel, su estrategia no se sustentará en la espera de ese mágico día de la negociación y otorgará a la construcción nacional un papel fundamental.
Con todo, las diferencias entre Argel y el último proceso de negociación no se encuentran tanto en sus formulaciones, sino en el contexto en el que se producen. En Argel, no sólo existía falta de madurez en las partes, sino que el debate del cambio de marco se encontraba circunscrito sólo a la izquierda abertzale. Todavía nadie de los que habían apostado por la vía autonómica fijada en la Constitución española había declarado, por ejemplo, que el Estatuto estaba muerto. Por decirlo de otra forma: la izquierda abertzale componía un bloque en el que había una muy importante adhesión a la lucha armada, a la Alternativa KAS y a la negociación, pero fuera de ella las cosas cambiaban radicalmente, con el agravante de que los pactos de Madrid, Ajuria Enea e Iruñea estaban creando un auténtico muro. En la actualidad, esa adhesión a la lucha armada ha descendido en las filas de la propia izquierda abertzale, pero la necesidad del cambio político y sus contenidos se han generalizado en la sociedad. Ésa es su victoria.
Sin embargo, tampoco el último proceso ha logrado pasar el umbral para un cambio de escenario. Parece que el esfuerzo realizado sólo da para quedarse a las puertas. La cuestión reside, por tanto, en cómo pasar ese umbral, pues con los esquemas utilizados hasta ahora los procesos de negociación terminan por romperse sin lograr forzar las posiciones del Estado. De ahí la reflexión de que sólo una acumulación de fuerzas política y social podrá decantar un eventual proceso de solución de forma positiva, pese a todos sus altibajos.