El cine de acción violenta no atraviesa por su mejor momento, lo que obliga a los productores a ingeniárselas para encontrar nuevos tipos duros. Uno de los más en forma parece ser el inglés Jason Statham, descubierto por Guy Ritchie. Es el protagonista absoluto de la franquicia «Transporter», según el modelo europeo patentado por el avispado Luc Besson, y que consiste en imitar el cine comercial de Hollywood con una menor inversión. La jugada le salió redonda con la primera entrega, que contó con un mínimo presupuesto de veinte millones dólares, cuyos ingresos en taquilla duplicaron tal cantidad. El milagro se debió al buen hacer del coreógrafo de escenas de lucha Corey Yuen, que hizo creer al gran publico que tenía entre manos una superproducción con espectaculares persecuciones y tiroteos.

Se supone que los directores de las posteriores entregas deben calcar el trabajo de partida. Olivier Megaton se esfuerza en una realización y un montaje nerviosos, pero con tanto movimiento se le olvida que también tiene unos personajes a los que manejar, lo que va en detrimento de la debutante Natalya Rudakova, el último «sex symbol» descubierto por Besson. Hace de la hija del ministro ucraniano de Medio Ambiente, a la que secuestran quienes desean llenar el país de residuos tóxicos. Sobra decir quien se encarga de llevarla en coche, obligado por una pulsera explosiva.