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La patata caliente heredada del Gobierno de Bush

Alberto CASTRO | Analista bursátil

El 20 de enero Barack Obama abrió las puertas de su despacho para empezar a tomar medidas. El primer encuentro, según se dice, lo celebró con su equipo económico. Trata de dar con la fórmula para evitar que se les caiga de las manos la patata caliente, la crisis económica que le pasó el Gobierno Bush. También quiere transmitir que ya se ha puesto manos a la obra. No es para menos: los retos que enfrenta son casi desconocidos hasta ahora y sólo encuentran cierto parangón en el nivel de desconcierto vivido durante la Gran Depresión. Por de pronto, este presidente deberá ser capaz de organizar, al menos, tres grandes vías de salvación para la economía estadounidense. De un lado, deberá culminar el plan de saneamiento financiero de los bancos y aseguradoras -ya se han utilizado 350.000 millones de dólares de los 700.000 millones de dólares aprobados-. En segundo lugar, deberá ser capaz de lanzar un ambicioso paquete de estímulo fiscal que contente a todos, empresarios y consumidores. Por último, la tercera pata de su apuesta, ya anunciada, debe basarse en el macroplan de gasto público para el que se podrían destinar hasta 850.000 millones de dólares. Detrás de esta política expansiva se esconde un hecho evidente: un déficit fiscal elevado -se habla del 10%- es un lastre imposible de sostener en el tiempo. Pero, a decir verdad, no queda otra, y el presupuesto federal será una piedra angular en la recuperación.

El anterior Gobierno le deja un país que ha perdido 2,6 millones de empleos en 2008, la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial. La tasa de paro alcanza el 7,2%, aunque existe el temor fundado de que este año supere el 8%.

El desempleo es la gran obsesión del nuevo presidente y por eso ya ha anunciado que se crearán entre 3,3 y 4,1 millones de puestos de trabajo para principios de 2011.

La otra gran herencia envenenada es el maltrecho sistema financiero, que se ha movido a sus anchas en EEUU desde Ronald Reagan. En todo este tiempo, nadie ha osado poner en cuestión las oscuras prácticas financieras, la creación de productos estructurados ininteligibles, la actividad hipotecaria aventurera o el cobro de gratificaciones salariales descomunales. Este poderoso sistema financiero, que se ha hundido con estrépito en menos de dos años, se mantiene a flote gracias a los dineros públicos. Con todo, muchos expertos, como Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, creen imprescindible su fortalecimiento para salir de la situación.

En este terreno, ha surgido un consenso para pedir la puesta en marcha de normas de supervisión más rigurosas. El fraude Madoff ha terminado por apuntalar esta reivindicación mayoritaria. Por el momento, Obama piensa en aumentar las exigencias a todas las entidades que quieran participar de las ayudas públicas. Detrás de esta idea subyace también la necesidad de hacer llegar los créditos a los consumidores para dinamizar la actividad.

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