Richard Bauerlein, autor del libro «No confíes en alguien menor de 30», dice en él verdades como puños de acero golpeando una mandíbula batiente. Si Facebook fuera un país sería el octavo más grande del mundo. Así que menos mal que no lo es tratándose -como se trata- de un grupo afinmente aleatorio de personas que celular y digitalmente se reproducen hasta el infinito sin un objetivo concreto. Lo peor de internet es que permite a cualquiera tener una opinión pública, publicada y publicable. Cuando alguien te pregunta en Facebook qué es lo que estás haciendo ahora mismo, en este instante, la única respuesta inmediata es: «mirando el Facebook como tú». Pues no es así. La gente te reporta las situaciones más inverosímiles como respuesta: «estoy cocinando una langosta malaya con una amiga sudafricana en un infiernillo que compré en Goa». Vale chica. Eso está muy bien. Empieza a confeccionar tu primer libro de cara-caro-carísimo y hazte rica limpiando tu muro. Pero no sólo de Facebooks vive el transexual... Consulto un oráculo de blogs diarios a los que estoy realmente enganchada y no parezco ser carne desprogramable por ahora. El último de todos es el de una chica de Amorebieta de nombre Aran que vive en Florida y está nominada en un quinteto finalista de direcciones de bloggers a obtener un premio (que bien se lo tiene merecido) por sugerirnos maravillas gastronómicas (y otras maravillas) desde el otro lado del mar. Unas páginas recomendablemente relajantes que aportan una forma de ver la vida sabrosa y edificante. Seguramente sabe que el mundo tiene muchos problemas pero no pretende arreglarlos desde su blog ni opinar de los mismos. Lo que convierte la visita a sus páginas en una inmersión en bañera de chocolate caliente para ascender a copa helada en huida hacia México. No digo que no haya otros muy valiosos, pero aspiro a respirar aire fresco cada vez que me conecto y no a engullir mensajes egocrípticos sobre lo bueno que soy interpretando el mundo o, mejor dicho, mi mundillo. La intimidad (¿qué era eso?).