Caucaso Alpinismo
Invernal en el Mizhirgi Este Determinación de acero
Una cordada de cuatro alpinistas rusos se hace con la primera invernal de la arista norte de la montaña de casi 5.000 metros. La actividad duró una semana, entre el 2 y 7 de enero, y tuvieron que hacer frente a duras condiciones meteorológicas.
Andoni ARABAOLAZA | DONOSTIA
Invierno, alpinismo y Cáucaso. Estamos ante un trinomio quizás demasiado desconocido para el gran público. La verdad sea dicha, es una realidad que muchas veces se le escapa a la comunidad alpinística occidental. Y eso que las fronteras de aquellos lares (a pesar de que todavía existen conflictos políticos y armados) se derrumbaron hace ya un par de décadas.
Así pues, esta vez intentaremos acercar al lector lo que se cuece en aquellas montañas; y, así, os traemos a estas páginas un ejemplo que creemos es del todo significativo. Nos vamos hasta el Cáucaso, a una zona, llamada también la «Himalaya en miniatura», y a una montaña que lleva por nombre Mizhirgi. Estamos en el Cáucaso Central (Georgia), a una decenas de kilómetros del techo de Europa: el Elbrus (5.642 m).
Concretamente, en una de sus puntas, la Este de 4.927 metros, cuatro rusos se han hecho con la primera invernal de la arista Norte. Los protagonistas: Sasha Gukova, Sergey Kondrashkin, Aliki Izotov y Viktor Koval. Una primera invernal en la que han tenido que dejarse la piel, y es que la escalada les ha exigido siete duras jornadas, entre el 2 y el 7 de enero. Y todo ello envuelto en unas malísimas condiciones meteorológicas.
La historia de esta escalada fue cosa de Koval, quien, en su primera visita a la zona, se quedó prendado con la vía que han firmado: «Cuando me aproximé hacia el «Diedro caliente», divisé una dura y al mismo tiempo elegante cresta que lleva a la cima de una enorme sección de roca y hielo del macizo. Parecía irreal, pero también era atractiva. Era la arista Norte del Mizhirgi Este. La escaló por primera vez un grupo liderado por Vasily Pevelin. Era agosto de 1952, y en verano no pasa del MD+».
No demasiado complicado en verano, pero en invierno... Además, se trata de una vía poco visitada, ya que la sección de roca de abajo resulta muy peligrosa. El cuarteto estaba preparado para la acción. Tras observar las condiciones de los últimos años, los rusos se decantaron por este invierno. Y la sopresa, según los protagonistas, fue que la ruta se les mostró muy sólida y limpia; además de virgen.
El pasado 2 de enero fue el día en el que comenzó la acción. Ya durante la primera jornada, y hasta el final de la escalada, las malas condiciones hicieron acto de presencia: «Sin demasidos problemas atravesamos el glaciar, superamos la morrena y nos pusimos en el inicio de la vía. La cosa pintaba mal, ya que estábamos soportando contínuas avalanchas de nieve. El verano pasado lo pasamos mal en el Pobeda cuando nos pilló tres días de mal tiempo y un colega pilló un edema pulmonar. Creíamos que esto de las avalanchas no era tan causal, pero el Mizhirgi nos ha sorprendido».
Durante la segunda jornada empeora el tiempo. Superan gendarmes y secciones de roca, pero todo eso no les trajo quebraderos de cabeza. El viento y la nieve eran realmente los que fastidiaban el progreso. El tercer día de escalada todavía fue peor: fuerte viento y tormenta de nieve. La visibilidad era casi nula; no veían más allá de varios metros. Superan la sección de hielo, y ya se encuentran en la base de un pre-pico en la pared oriental de la montaña. Tras dos horas cavando, montan un vivac. Están mojados por fuera y por dentro.
Cuarto día de verdadera odisea. El frío llega a ser insoportable: «No podemos ponernos más ropa. hace más de 30º bajo cero y el viento es muy fuerte. Escalamos secciones muy desagradables y pendientes de hielo a 70º. Aliki estaba liderando la escalada. Coloca un tornillo de hielo, sigue ascendiendo y de repente se pega un vuelo de 20 metros. Menos mal que se cayó en una pendiente de hielo y no en roca. Tras el incidente, Sergey se pone en cabeza de cordada. Llega a la sección clave de la vía, lo que nosotros hemos llamado «la sala de hielo»: un corte vertical de hielo de 40 metros y con grietas. Lo supera, y tomo el testigo de Sergey. Cada vez nieva más y las rachas de viento siguen siendo muy fuertes. Sin casi visibilidad sigo escalando. En un momento, el tiempo me da un respiro. Con unos guantes finos escalo una sección bastante difícil. Tenía los dedos de las manos congelados. Con las últimas luces del día dejé de escalar; era hora para montar otro vivac. De nuevo pasamos una noche en una posición bastante incómoda».
A la mañana siguiente, Gukova escala los primeros largos técnicos. Algunas secciones de mixto, de duro hielo... y comienzan a divisar la cresta somital. Cómo no, el viento y las nevadas les siguen acompañándo. Siguen sin visibilidad.
La cima a mano
El cuarteto ruso, después de duras jornadas de mal tiempo y escalada difícil, se encuentra a 4.900 metros de altura. Ya están a un paso de la cima, y las penurias vividas les llevan a soñar con otros destinos muchos más cálidos: «Durante la noche, Sasha no hace más que soñar con lugares mucho más agradables. Nos invita a cambiar los billetes que nos llevaría a casa, a Moscú, por otros con destino a Kenia. La verdad es que no es de extrañar. Aliki, por ejemplo, tenía los dedos de las manos congelados y Sasha los dedos de los pies. Tomamos un té, y la cosa se relajó por un moneto».
Milagrosamente, el buen tiempo hizo acto de presencia durante la última jornada de escalada. Eso sí, el frío seguía siendo muy intenso. Gracias a que se disiparon las nubes, los alpinistas rusos pudieron gozar de un espectacular panorama. Sí, como si fuera una especie de recompensa por las duras jornadas de trabajo soportando un gélido frío. Allí, antes sus ojos, tenían un montón de picos del Cáucaso Central.
Llegan a la cima del Mizhirgi Este; es hora de tomar unas fotos. Había que seguir, y toman rumbo hacia la punta occidental. Escalan un par de largos más, y sin hacer cima encuentran el camino de descenso, justo en la cresta sur: «Estábamos muy cansados, y esta trascisión por la cresta no resultó nada agradable. Andábamos a caballo, y no queríamos pensar en una posible caída, ya que en la vertiente norte el viento parecía un huracán. Estábamos en el punto donde teníamos que empezar a bajar, es decir, un puente entre la oeste y la sur de la arista».
Tras seis días de combate en la arista Norte de la montaña, los cuatro alpinistas rusos se preparan para el descenso; un retorno que iba a tener también características semejantes al de la escalada.
Duro descenso
La primera parte se las trajo: secciones rotas de roca, placas inclinadas, cornisas... Superando todas esas dificultades, los protagonistas de estas líneas llegan hasta la pared de Stankevich. Toman dirección al glaciar de Cella. El tiempo pasa, y era hora de montar otro vivac: «Sabíamos que había uno muy cerca, teníamos constancia de ello, pero la búsqueda fue infructuosa. Decidimos continuar en la oscuridad. Somos como autómatas, estamos agotados, tenemos sueño y no nos damos cuenta de lo que estábamos haciendo. Hacia las tres de la mañana, no sé cómo, pero llegamos al glaciar y montamos la tienda. Dos horas más tarde decido que ya era hora de levantarnos. Nadie apoyó la idea. De repente, un buen susto. Una ráfaga de viento levantó los cuatro puntos de seguridad de la tienda, y caemos unos 5 metros por la pendiente. Fue impresionante. La siguiente ráfaga rompió la tienda y se llevó las mochilas de Sergey y Sasha».
Con este ambiente siguen atravesando el glaciar con una visibilidad máxima de tres metros. Las embestidas del viento aminoran; no en cambio las nevadas. Otro susto. Por los pelos, una avalancha no le pilla de lleno a Gukova.
Saben que las laderas de la margen derecha no son nada peligrosas, pero esta vez increiblemente están tapizadas de nieve fresca, y derepente toda la masa de nieve empieza a moverse. De nuevo otro gran susto, esta vez mucho más serio: «La avalancha se lleva a Sergey, que lo tapa totalmente. Enseguida nos ponemos a desenterrarlo; menos mal que estaba a tan sólo medio metro de profundidad. No nos extraña lo sucedido, había más de un metro de nieve fresca».
Visto lo visto, cambian de planes, y se dirijen como pueden por la morrena hacia el glaciar de Bezengi. Fue una tarea ardua, ya que debían hacerse camino con nieve hasta la cintura. Tres horas más tarde ya se encuentran en el final de la morrena: «Todavía no superamos todos los peligros. Alucinábamos con las avalanchas que caían de un pico cercano, del Semenovsky. Nos escapamos de toda locura. Unas horas más tarde estamos a salvo, justo en la confluencia de los valles. No podíamos más; menos mal que tres chavales de la aldea de Nizhny Novgord nos echaron una mano. No lo esperábamos pero fue una dura actividad; así lo decidió la montaña. A pesar de todo, estamos muy satisfechos con la actividad que hemos realizado».
Los cuatro alpinistas rusos tuvieron que hacer frente a las duras condiciones que les presentó la montaña. Fueron siete días de intensa lucha para conseguir una primera invernal.
Esta zona desconocida para los alpinistas occidentales también es llamada la «Himalaya en miniatura». Gukova, Koval, Kondrashkin e Izotov apostaron por la cresta Norte del Mizhirgi Este.