Joxean Agirre Arregi | Sociólogo
Situaciones idiotas, idiotas situados
Con la campaña electoral recién abierta, el autor aborda una radiografía de la situación política en Euskal Herria y de las opciones que, excluida la izquierda abertzale, concurren en la cita con las urnas del 1 de marzo. Concluye que la única alternativa de futuro a un sombrío panorama es articular nuevas mayorías: «Votemos cambio. Votemos ambición».
Raul Zelik (Munich, 1968) ha publicado con la editorial Txalaparta el libro «Situaciones berlinesas», el retrato de una sociedad cambiante que invita a la hilaridad en cada una de sus páginas. No seré yo el que, como el protagonista de la novela, Mario, busque el ansiado equilibrio en medio de un Berlín unificado. Entre otras cosas, porque en Euskal Herria no dejan de construir muros, levantar alambradas y certificar vetos con el fin de dividir el escenario social. Por un lado los proscritos, por el otro la buena gente. El telón de acero. El muro de la vergüenza. Los mismos que fraccionan Cisjordania, dividían Belfast, envuelven en verjas las colonias africanas de Ceuta y Melilla o partían en dos Berlín, se alzan en Euskal Herria para vetar a decenas de miles de personas, cerrando su acceso a la participación política e institucional.
En este remedo de democracia, al tiempo que buscamos la mejor manera de saltar, romper, fisurar o, cuando menos, mear contra el muro, es saludable y aconsejable levantar de vez en cuando la mirada y reparar en todo aquello que nos rodea, no vaya a ser que a la búsqueda de la estrategia eficaz y de la pócima de la invencibilidad nos pase como a Mario: que entremos en crisis por no entender a quienes nos rodean, que los cambios estructurales a los que asistimos nos parezcan idioteces, o que, como en la A-8, para cuando terminemos las obras del tercer carril, el tráfico por carretera demande el cuarto.
Ahora que todos los políticos han reabierto su teletienda con vistas a las elecciones del 1 de marzo, no es difícil detectar la idiotez como eje subliminal del discurso y de la imagen. Mientras los jueces españoles dirimen la cuestión formal en monterías con el ministro de Justicia, la clase política «con papeles» se desgañita en actos públicos y vallas publicitarias para certificar un fraude a gran escala. La izquierda abertzale no entrará en el Parlamento de Gasteiz -aventuran- y será nuestra culpa, cómo no. Y aunque la cámara representativa resultante sea una carpa circense, aquí todo el mundo se apunta: sea para hacer de payaso, para saltar con red en el trapecio y hasta para recoger las boñigas de los elefantes. Si no, intentemos comprender por qué les votan.
Me cuesta entender que Basagoiti pueda aglutinar a ningún sector social en Euskal Herria, por muy fachas que sean. Pero su apoyo en las urnas rondará una vez más los doscientos mil votos. A pesar de Pitingo, de la corrupción de la «nave nodriza», del estilo Obama y de su aspecto de supernumerario del Opus Dei. No sé quién creerá en el cambio propiciado por Patxi López, pero las tendencias de fondo y los guisos demoscópicos apuntan a que rebasará el listón de los trescientos mil apoyos en las autonómicas. Pese al papelón en Loiola, a su guardaespaldas Ares, a la alargada sombra de Pérez Rubalcaba, la crisis y el tono policial de casi todas sus promesas, su dudoso tirón pone nerviosos a los ingenieros electorales del PNV, que sienten el aliento vasquista del PSOE en el cogote.
Izquierda Unida y Aralar, como bonsáis que son, ven truncado su crecimiento por el alambre y la necesidad de venderse a corto plazo. Madrazo ya encontró la fórmula, pero tiene más grietas que expectativas. Ezenarro aspira a todo porque no tiene nada, al igual que Rosa Díez y su charanga, meros recolectores del lastre o el desencanto que otras opciones van derramando por el camino. Y aún y todo, contados todos de golpe, llegarán a recibir el voto de casi cien mil personas.
Eusko Alkartasuna es, sin estar en la pista central del espectáculo, el único que arriesga en base al cálculo cortoplacista. Sin espacio político a la sombra del PNV, con una realidad interna bipolar e insostenible, se la juega al doble o nada para hacerse un sitio en el carril central del independentismo. Juega a seducir al sector más permeable de la izquierda abertzale, con el propósito de plantar antes que nadie su estandarte en el que -aventura Ziarreta- será el solar del soberanismo político. Sin más demora, tendrá que elegir entre el polo o la pala... para enterrar su proyecto. Hasta entonces, seguirá recogiendo el reconocimiento electoral de algunas decenas de miles de electores. Del PNV ya no nos extraña nada, pero resulta grotesco escuchar al antaño gran guía del derecho a decidir convertido en el muñeco de un ventrílocuo sin alma ni programa abertzale.
El miedo se huele, y aunque tañen las campanas con su matraca de la pinza y del abordaje españolista, los grandes accionistas de la BBK y de Euskaltel, los directivos de los muchos cientos de empresas participadas mayoritariamente por las instituciones, respiran tranquilos. El timonel jelkide es de casa y, como con las cosas de comer no se juega, la gestión de Ajuria-Enea y de las diputaciones ya está apalabrada y repartida con el PSOE. Para todo lo demás, ya ni se molestan en disimular, aunque para ello -como reconocía Urkullu a María Antonia Iglesias- todos tengan que pasar por idiotas de vez en cuando. El gran pedazo de pastel, la mayor tajada en votos, seguirá siendo previsiblemente para Ibarretxe, con lo cual la fiesta del circo vendrá refrendada por alrededor de un millón de personas.
Me parece preocupante que la suma del cretinismo, la vía policial, el clientelismo, el oportunismo, los negocios indisimulables y el vértigo a las alturas alcance semejantes cifras en el actual contexto político. No obstante, hay más signos de agotamiento social e intelectual con los que Raul Zelik hilvanaría otra novela. Es llamativo que sectores de la progresía navarra justifiquen públicamente la actitud del director del instituto de Iturrama, delator y copartícipe de la citación y previsible procesamiento en la Audiencia Nacional de varios de sus alumnos.
O que las medidas «anticrisis» sólo engorden la cartera de empresarios y de la banca, mientras la masa asalariada asiste silenciosa y resignada a su marginación y prescindibilidad. Cómo pagar la hipoteca y las letras del coche son la preocupación de la mayoría, pero el sistema no se resquebraja en el plano ideológico. He visto decenas de rostros compungidos y manifestaciones de horror puntual mientras la televisión ofrecía imágenes de los bombardeos y de hospitales de Gaza. Niños muertos, mutilados, todo un pueblo arrasado con bombas de fósforo y, a los veinte segundos, la indiferencia ante el testimonio de su vecina torturada y violada en comisaría. Gente capaz de somatizar el dolor que se percibe vía satélite y que vive impasible en medio de este vertedero de derechos civiles políticos y civiles truncados.
Esta realidad convive con la que vertebra y da cauce a la ilusión colectiva de, hasta hoy, dos centenares de miles de personas. El 1 de marzo, además de votar masivamente con nuestra papeleta, debemos reflexionar acerca de esta radiografía sociopolítica, sobre nuestra capacidad de incidir en ella y materializar un proyecto para articular mayorías, porque mientras esta clase política profesional y bon vivant siga computando un millón de votos, seguiremos como Mario en Berlín. Votemos cambio. Votemos ambición.