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«Con este libro me he encontrado al joven que se echó al camino literario»

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Miguel Sánchez-Ostiz
 

Escritor

"Cuaderno boliviano"(Alberdania) es la crónica de los acontecimientos vividos por Miguel Sánchez-Ostiz, a partir de un viaje realizado a Bolivia el pasado año. Con una mirada desprejuiciada, el escritor navarro nos acerca su percepción de un país del que ha quedado completamente enamorado y al que ahora, en muy poco tiempo, vuelve de nuevo con el fin de ampliar su visión del país andino.

Txema GARCÍA | BILBO

Hay libros, se dice, que le cambian la vida al lector. Sin embargo, hay otros en los que es el propio autor el que en mayor medida experimenta una transformación. Este es el caso de «Cuaderno boliviano», una crónica apasionada del viaje que el escritor navarro Miguel Sánchez-Ostiz realizó el pasado año a Bolivia y que recientemente ha publicado Alberdania.

Durante dos meses, Sánchez-Ostiz se dejó guiar a través del país andino por un impulso inconsciente que le hizo reencontrarse a sí mismo. Allí, en el altiplano, en aquellas soledades donde hasta el simple hecho de respirar se convierte en una odisea física, el escritor buscó aire puro no sólo para impulsar su inspiración sino, además, y más importante aún, con el fin de oxigenar la vida previsible, demasiado previsible tal vez, que consumimos en Occidente.

No era, sin embargo, la primera vez que Miguel Sánchez-Ostiz viajaba a Bolivia. Antes, en 2004, también fue hasta este país en un viaje que tuvo un final dramático. «Tuve un susto gordo, y antes de vivir con el miedo y que aquello me impidiera viajar, quise volver al sitio exacto de La Paz donde me pillaron en la calle, al descampado donde por fín me tiraron de un coche... bueno, al lugar donde me jugué la vida. Volver allí era una forma de exorcizar el pasado pero también, por otra parte, estaba el atractivo que tenía para mí todo lo que percibí de la sociedad boliviana».

Este último viaje, y aunque parezca una maldición, también tuvo un trasfondo problemático. «Pasé prácticamente toda mi estancia en Bolivia enfermo, algo que he intentado no aparezca en el libro y no aburrir al lector, por la sencilla razón de que, si se compara lo que me pasó a mí con otras enfermedades que hay en Bolivia y que padecen los bolivianos, lo mío fue casi de risa».

Una sensación de catástrofe inminente acompañó al escritor en su devenir por el país. «Viví una situación de conflictividad, un clima general de tensión, social, callejero, que te hacía estar en vigilia permanente, muy despierto y abierto a todo».

Con una superficie tres veces mayor que Alemania, la inmensidad del territorio boliviano hizo que Sánchez-Ostiz limitara su deambular a La Paz, y a algunos lugares de la zona del altiplano, además de Potosí, Sucre, Cochabamba y la zona minera de Llallagua. Otras opciones, como viajar a Los Lípez y a la selva, quedaron descartadas. «La visión del viajero siempre es limitada y superficial, y menos mal que es así, si no te conviertes en una especie de apóstol de algo que ni siquiera conoces, porque nunca vas a ser boliviano», advierte cuando le preguntamos acerca de una posible superficialidad de la mirada.

De entre todas las personas con las que allí trabó relación, destaca a un escritor boliviano, Ramón Rocha Monroy, «un hombre muy comprometido socialmente toda su vida, de mi edad, con mi formación, los dos somos abogados, y él me abrió las puertas a una visión de una vida de compromiso social auténtico. Pero bueno, fui sin apenas equipaje en cuanto a documentación y preparación exhaustiva del viaje».

Una vez allí, «escribía constantemente, sobre la marcha, la crónica de los acontecimientos y de las cosas que me chocaban, a lo que me ayudó también mucho la gran biblioteca de Ramón Rocha, donde pude leer sobre temas de materia social y política de los últimos cuarenta años».

Las semanas que pasó en Bolivia le han servido para confrontarse con su propio ser. «Viajas para ver, sí: pero también lo haces para verte, si no al desnudo, sí más desvalido que de ordinario», llega a decir en un momento en «Cuaderno boliviano». «Allí me he visto en pelotas» -expresa ahora de forma cruda y directa desde la tranquila sala de un hotel donde hacemos la entrevista-, «sobre todo en el sentido de los valores humanos, en relación con el potencial que tienes y no ejerces, con lo que podías dar y no das, con lo que recibes y no aprecias, en fín, allí he sentido el valor que tiene el compromiso real y radical con los demás, no un mero compromiso de palabrería política».

El estado emocional de la entrevista indica que hemos tocado hueso, que quizá hemos llegado al corazón del libro, a la sístole y la diástole que lo impulsa y lo gobierna: una reflexión crítica que apunta a la «excelencia moral», a la «ética barata» de tantos de nosotros que, acomodados en este sistema, apoyamos causas justas sin que nos cueste nada, o casi nada, hacerlo. Una especie de autoengaño para justificar la vaciedad de nuestras vidas. «Si, en el libro, en sus pliegues más hondos, están todas esas cuestiones que nos interrogan: ¿tú que harías? ¿colgarlo todo? ¿dónde está tu vida, aquí o allí? Y, si está aquí, ¿va a seguir siendo la misma que antes a tu vuelta? ¿te haces misionero o guerrillero? Son preguntas que no se quedan en el aeropuerto de salida a tu vuelta y que todavía no dejan de inquietarme».

En esta búsqueda del sentido de la existencia tan propia de la Literatura, Sánchez-Ostiz siente que se le han despertado «otras pulsiones que antes no tenía, o que igual estaban dormidas. Todo esto me ha hecho relativizar muchos asuntos personales, algo que también me ha venido muy bien, de forma que este viaje y su escritura se han convertido para mí en una especie de ascesis, eso sí, sin exagerar, porque una de las cuestiones que también aprendes en Bolivia es que payasadas, las justas, porque las cosas son mucho más serias».

De entre toda la bitácora de emociones con que ha vuelto en su mochila, el escritor cita «la curiosidad y el sentimiento de fratenidad. Eso, y la gran admiración que me produce la lucha de personas indígenas originarias, blancas y mestizas, por adquirir, conquistar y habitar plenamente el estatus de persona. Esto, dicho aquí, puede resultar raro. Sin embargo, en un país donde hasta la Revolución de 1952 había indígenas que tenían prohibido el tránsito por determinadas calles y plazas, coge otra importancia».

¿Qué dimensión aporta este nuevo libro a la narrativa de Miguel Sánchez-Ostiz?, le preguntamos. «Un camino nuevo que quizá igual se estaba prefigurando antes. Le aporta un camino hacia la vuelta, hacia el origen, hacia lo que me llevó a mí a la escritura. Con este libro y en este viaje yo me he encontrado al chico joven que se echó al camino literario que me estaba esperando. Bueno, también para darme unos coscorrones y unos tirones de orejas y, al mismo tiempo, para hacerme ver que el tiempo acucia y que hay que poner toda la carne en el asador, como se dice vulgarmente».

Pudiera ser también, y así se lo hacemos saber al escritor, que tal vez todos andemos buscando, quizá inconscientemente, un país ideal para dar rienda suelta a nuestras ensoñaciones, ese país que nos haga olvidar las penalidades de aquí y del tiempo presente. «Sí, puede que ocurra algo así», asume Sánchez-Ostiz, que aprovecha para contar una anécdota de Kafka que leyó hace poco. «La anécdota contaba que llega un jinete galopando a una casa de postas, cambia de montura para seguir el trayecto a toda velocidad y, entonces, el de la posta le pregunta a ver por qué cabalga. Y el jinete le contesta: `Para no estar aquí'».

Confiesa estar enamorado de Bolivia, una muchacha que, a pesar de las desventuras y contratiempos que allí ha sufrido, nunca le ha abandonado, hasta el punto de que prepara ya un nuevo viaje para conocerla mejor. «A los países siempre se vuelve porque te has dejado algo... y allí tengo muchos temas pendientes. Por ejemplo, me gustaría conversar con Xavier Albó, antropólogo, lingüista y jesuita, catalán de origen. Una persona que, probablemente, es la que mejor conoce todas las lenguas indígenas bolivianas, una referencia absolutamente segura para saber lo que está pasando ahora en Bolivia, un hombre que sigue teniendo una pequeña parroquia en la zona de Omasuyus y que ha estado comprometido en todas las luchas indígenas y sindicales de las las últimas décadas. Y, como él, me gustaría estar con otras muchas personas con las que quiero acercarme a la realidad de este país». ¿Habrá un nuevo «Cuaderno boliviano» a su vuelta?, le inquirimos antes de finalizar la entrevista. «No lo sé. Me ocurre una cosa curiosa y es que, desde que vine de Bolivia, todavía estoy viviendo en el clima de aquel viaje. En principio, no tengo ninguna intención de hacer una especie de «Cuaderno boliviano II», pero voy abierto a lo que salga. Y, si la pregunta tiene algo más de alcance, he de decir que, salvo una novela ambientada en Bucarest que estoy preparando sobre las desventuras que le ocurren allí a un estudioso de la literatura, en estos momentos no sé hacia dónde se dirige mi camino literario».

miguel sánchez-ostiz

ESCRITOR

«Cuaderno boliviano» (Alberdania) es la crónica de los acontecimientos vividos por Miguel Sánchez-Ostiz, a partir de un viaje realizado a Bolivia el pasado año. Con una mirada desprejuiciada, el escritor navarro nos acerca su percepción de un país del que ha quedado completamente enamorado y al que ahora, en muy poco tiempo, vuelve de nuevo con el fin de ampliar su visión del país andino.

CONFRONTACIÓN

«Allí me he visto en pelotas, sobre todo en el sentido de los valores humanos, en relación con lo que podías dar y no das»

BOLIVIA

«Volver allí era una forma de exorcizar el pasado pero, también, por otra parte, estaba el atractivo de la sociedad boliviana»

GAIA

«A los países siempre se vuelve porque te has dejado algo. En Bolivia tengo, todavía, muchos asuntos pendientes»

CAMBIO

«Se me han despertado pulsiones que antes no tenía, o que estaban dormidas, y he relativizado asuntos personales»

«Allí percibes el choque de dos concepciones del mundo y de la existencia, dos estructuras mentales distintas»

¿Por qué la entrada y salida geográfica de este libro sobre Bolivia se hace desde la ciudad chilena de Valparaíso? ¿Era un buen escenario literario para iniciar esta crónica viajera?

No, era un arreglo aéreo y una necesidad vital, porque desde el año 2003 tengo un amigo en Valparaíso y he estado viviendo allá algunas temporadas largas. Es una ciudad que me tiene colgado, un lugar que te atrapa mucho. Este viaje yo pensaba dividirlo entre esta ciudad y Bolivia, para terminar en Valparaíso una novela sobre la desaparición de personas. Su origen tenía que ver con algo que me dijo una vez este amigo mío que, un poco enfadado, cuando yo le hablaba de esa cosa tan novelesca que trata sobre gente que busca Latinoamérica para desaparecer, él me acusaba de que éramos unos frívolos porque nosotros, los europeos, podíamos permitirnos el lujo de desaparecer cuando quisiéramos, mientras a ellos, les hacían desaparecer.

¿Ha cambiado también, por tanto, el sentido de las palabras con las que escribe? ¿Valen las palabras de aquí para explicar la realidad de allí?

Por supuesto que allí, y viceversa, las palabras con las que nos manejamos tienen otro significado. El espejismo de que hablando con un indígena originario, quechua o aymara, te vas a entender, es una de las cosas que más me han chocado. Allí percibes el choque de dos concepciones del mundo y de la existencia, dos estructuras mentales, la suya y la nuestra, completamente distintas. Y hay que que tratar de entrar en esa estructura porque, de lo contrario, no entiendes absolutamente nada. Y todo te resulta chocante, hasta el punto de que comienzas con la letanía esa de que, si nosotros esto lo hacemos así, ellos lo deberían hacer de este modo... oiga, no, no, un momento. Que ellos lo hagan como quieran.

¿Dentro de la narrativa de viajes en quién se inspira? ¿Qué escritores le han dejado huella?

No tengo modelos. El que más me gusta es Ryszard Kapuscinski, y a él no llego porque, no solamente es un viajero, es otra cosa. Los otros escritores viajeros son más bien pintorescos, y Bruce Chatwin, me parece una patochada, eso sí, con un éxito del carajo. Hay un libro muy interesante de Adrían Giménez Hutton que se llama «La Patagonia de Chatwin», en el que siguió las andanzas de este tipo y lo deja a la altura del barro.

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