Una vez más, y van además de dos elecciones presidenciales varios referéndum más, el actual Gobierno venezolano consiguió el apoyo popular necesario para reformar las leyes del país y, en este caso, eliminar el límite de dos mandatos presidenciales que suponía que Hugo Chávez no podría volver a presentarse a las elecciones de 2012. Con una participación superior al 70%, más del 54% de los votantes en el referéndum del domingo apoyaron ese cambio legal. Es decir, una victoria contundente en una votación con una alta participación.

No obstante, el referéndum ha vuelto a despertar las más bajas pasiones del stablishment político occidental, que ha puesto en marcha toda su maquinaria mediática e ideológica para cuestionar la naturaleza democrática del sistema político venezolano. Paradójicamente, quienes acusan a Chávez de intentar perpetuarse en el poder obvian que el cambio legal aceptado ahora en Venezuela está contemplado en gran parte de las constituciones europeas. Es decir, que muchos de los mandatarios europeos que pretenden ahora dar lecciones de democracia a los díscolos presidentes latinoamericanos pueden ser reelegidos en sus respectivos países por cuantos mandatos quieran. O, mejor dicho, por cuantos mandatos quiera el pueblo que los vota, es decir, igual que ahora en Venezuela. Y es que al obviar lo primero -que se trata de no limitar la reelección, no de establecerla por decreto- su sugiere que Chávez quiere ser presidente a pesar de la voluntad de los venezolanos, y no con su apoyo, como ha ocurrido hasta ahora. No parece, por lo tanto, que este referéndum sea el mejor caso para atacar las credenciales democráticas del sistema político venezolano.

Por todo ello cabe pensar que lo que se pretende desacreditar no es tanto el mandato de Chávez, ni las credenciales democráticas de su Gobierno, sino sobre todo la naturaleza estructural de los cambios que ha generado en Venezuela e impulsado en toda la región.