Elecciones del 1 de marzo
Se acabaron los disfraces
Se acabaron los disfraces, y no porque se haya terminado el carnaval. La campaña va tocando a su fin y, contra lo que podía pensarse hace unos meses, ni Ibarretxe ha vuelto a ponerse una máscara en forma de plan o de consulta, ni López se ha travestido de esperanza de solución como en su día hizo Zapatero. Todas las máscaras se cayeron en Loiola. Así que ahora toda su apuesta pasa por disfrazar el Parlamento.
Ramón SOLA
Tres elecciones ha ganado ya Juan José Ibarretxe, y a las tres acudió con un disfraz soberanista. En 1998 lucía el traje recién estrenado de Lizarra-Garazi. En 2001 tenía un plan. Y en 2005 concurrió con la máscara de la consulta, y con el viento de cola del proceso de negociación que se veía venir.
Lizarra se le agotó en poco más de un año de legislatura, pero el candidato del PNV lo recicló en un sucedáneo: el nuevo Estatuto. Con éste tuvo más éxito, porque sirvió para adornar toda su segunda legislatura, y en cuanto llegó a vía muerta el lehendakari anticipó las elecciones. La consulta también sirvió para entretener la pasada legislatura, o en realidad su segunda mitad, o sea, el impasse creado por el fin del proceso de negociación. Así que cuando el 25 de octubre se vino abajo su tercera mascarada, quien más quien menos pensó que Ibarretxe volvería a reciclarse a sí mismo y encontraría otro disfraz para la cita con las urnas. Hasta hubo quien desde el PNV insinuó que durante la campaña ya habría novedades.
Sin embargo, faltan tres días para concluirla, ayer acabó el carnaval, hoy empieza la cuaresma, y ya resulta evidente que esta vez Ibarretxe irá a las urnas a pelo. Ni siquiera un maquillaje suave, tipo reforma estatuaria o consulta. Ambos han sido sustituidos por eufemismos como «todavía no han cumplido el Estatuto» o «no se puede gobernar sin saber qué es lo que quiere la sociedad».
Otro tanto ocurre con Patxi López. El PSOE empezó a ser alternativa de gobierno en Euskal Herria cuando José Luis Rodríguez Zapatero bajó a la arena y aparentó que cogía por los cuernos el toro de la resolución del conflicto. Todas las encuestas constatan el altísimo grado de adhesión de la sociedad vasca a la vía de la negociación. Nadie duda de que el PSE habría arrasado en las urnas vascas si estas elecciones se hubieran celebrado tras el 30 de junio de 2006, el día en que Zapatero compareció desde el vestíbulo del Congreso disfrazado de Nobel de la Paz, para anunciar que negociaba con ETA y que «respetaré lo que la ciudadanía vasca decida».
Hace ya tiempo que Zapatero tiró a la papeleta aquella máscara y se puso la de Bush, la del «combate» y la «derrota» (sus compañeros en Euskal Herria hasta hablan ya de «los malos», como si fueran superhéroes de cómic). Si alguien esperaba que en esta campaña el PSE recuperara aquel traje verde esperanza, también se ha equivocado. Como Ibarretxe, en esta campaña López y Zapatero tiran también de eufemismos vacíos, del tipo de «hicimos lo que teníamos que hacer», que miran al pasado y no al futuro. Quizás confíen en que aquel proceso haya dejado huella en el subconsciente colectivo por encima de la lluvia de palos con que han sacudido después a quienes sueñan con la solución; palos por la vía de las detenciones e ilegalizaciones y por la de los vetos a estatutos y consultas.
Sin disfraz, ni Ibarretxe ni López parecen gran cosa. Se podría decir que, al quitarse las caretas, debajo han aparecido Josu Jon Imaz y Alfredo Pérez Rubalcaba. Su campaña suena insuficiente para motivar a electorados a los que sí supieron activar no hace mucho, así que no extraña que los unos y los otros anden preocupados con el volumen de abstención.
Todo esto no se puede entender sin Loiola, una singladura que no llegó a buen puerto pero que sí tuvo el efecto de dejar a la deriva muchas poses políticas falsas. Pese a que hayan corrido versiones diferentes -que no radicalmente distintas- sobre aquello, la opinión pública tiene una idea básica bien fundada de lo que ocurrió y del alineamiento que se produjo. Entre otras cosas, porque el PNV no ha dudado en jactarse públicamente de su apoyo al PSOE y éste tampoco ha tenido reparos para agradecerle su actitud.
En Loiola se confirmó que la hipótesis del triángulo como fórmula de solución era un proyección geométrico-política basada más en los deseos que en la realidad. El intento posterior de Ibarretxe de escenificar una pugna con Madrid en torno a la consulta no ha sido más que el canto del cisne de diez años de farsa soberanista. Diez años en los que, como admitía Imaz, sólo una vez «se tocó la paz con la punta de los dedos». Fue en Loiola, y en Loiola el PNV estuvo con el PSOE. No hay triángulo a la vista, sólo una raya divisoria: a un lado están los que se conforman con el status implantado en Euskal Herria tras el franquismo y apuntalado el 23-F; a otro, los que llevan 30 años peleando para cambiarlo y no van a cejar, menos ahora que los hechos dan la razón a su análisis y que hay nuevas condiciones.
A falta de máscaras, el PSOE ha optado por disfrazar a todo un parlamento, de modo que no responda a su objetivo básico de ser un reflejo proporcional de la sociedad. Y, a falta también de máscara, el PNV lo ha dado por bueno.
La izquierda abertzale tampoco se camufla, nunca lo ha hecho. Su ciclo vital va al revés: atraviesa su cuaresma para poder llegar un día al carnaval. Los votos del domingo servirán, como en la fábula, para proclamar que el rey -los dos reyes- va desnudo en realidad. Que ni uno ni otro tendrá nada nuevo que ofrecer el 2 de marzo a una sociedad ávida de solución y harta de raca-racas improductivos y de talantes estériles.