Anjel Ordóñez Periodista
Galenos tramposos
La semana empezó con el PNV sudando escarcha ante la constatación de que Lakua se le escapa de entre los dedos como nieve en polvo. Los periódicos de Vocento no tardaban en diagnosticar las fiebres jelkides: más de 650 altos cargos deberán abandonar sus despachos con vistas y regresar a cuarteles de invierno. ¡Ahora que llegaba la cálida primavera! Con todo, lo de los cargos de confianza en Lakua es sólo la punta de un gran iceberg, y aunque el sol del cambio de inquilino en Ajuria Enea derretirá esa pequeña porción que pronto puede aflorar a la superficie, bajo las frías olas queda todavía mucho témpano. Ya lo dice Ibarretxe: «Seguiremos dirigiendo este país, sea desde donde sea». Ocurre que con tanta nevisca, carámbano, deshielo y gélidas corrientes, la cosa amenaza con terminar en gripe o, más bien, en severa pulmonía. El cuadro es ya preocupante y el pronóstico, reservado.
De momento, las fiebres han alertado a los galenos jelkides, que ya andan probando remedios sin descanso, no sea que el enfermo termine en la morgue. Mas en la botica de las urnas ya no les fían, y les devuelven las recetas de chanchullos, apaños, intrigas y tejemanejes postelectorales que hasta ahora habían aplicado para mantener sano al paciente. Así que maldicen al boticario y se afanan en buscar otros remedios, menos científicos, más de curandero, para entendernos. Comenzaron a la ofensiva, con un emplasto de verbena y «golpe de estado institucional». Y al enfermo le salieron granos. Cambiaron de estrategia y con los pantalones en los tobillos del paciente, le enchufaron el jeringazo del «acuerdo de estabilidad». Nada, la calentura empeora porque los virus son tercos, mutantes y, con el apoyo pozoñoso de las bacterias, controlan ya las principales arterias, soberbios, burlones. Y lo peor es que la fiebre les está empezando a provocar delirios de mala leche y vomiteras con olor a hiel, y acusan a tirios y troyanos de felonías tales como intentar ponerse de acuerdo para buscar la paz para este país.
Todavía hay pulso. Pero si las bacterias y los virus no se enzarzan hasta anularse entre sí, estos galenos obtusos van a llevar al hoyo a un enfermo que agoniza tras décadas de plácida opulencia sin acordarse de ponerse vacunas. ¿Resucitará?