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PSOE y PP completan su Lizarra-Garazi y abocan a impulsar una oferta atractiva de cambio

La semana que entra se presume como clave para que los dos partidos de obediencia estatal -PSOE y PP- solventen los escasos escollos que separan a Patxi López de Lehendakaritza. Si el calendario anunciado se cumple, el 3 de abril se convertirá en un día muy significativo en Euskal Herria: ese viernes se constituirá el primer Parlamento de Gasteiz derivado del apartheid político, y justo a la vez en la Cámara de Nafarroa se desarrollarán los fastos de conmemoración de sus 30 años de vida, los últimos seis trampeados también por el veto de la izquierda abertzale. PSE y PP, UPN y PSN, podrán por tanto brindar ese día por las dos picas clavadas en las instituciones vascas de la partición.

Con la toma de Ajuria Enea, las dos fuerzas estatatales llevan a su término su propio Lizarra-Garazi. Su jugada puede leerse como una réplica fiel del acuerdo suscrito entre los abertzales hace algo más de una década pero cuyo desarrollo fue muy escaso. Al contenido de aquel pacto le ha dado la vuelta el Estado como si fuera un calcetín. Si en Lizarra se dejó sentado que «Euskal Herria tiene la palabra y la decisión», en Madrid el Tribunal Constitucional ha decretado hace unos meses de que «la única soberanía es la del Pueblo Español». Si Lizarra abogó por asumir cuotas de poder y evitar los pactos con formaciones de obediencia estatal, ahora son éstas quienes copan los dos gobiernos autonómicos despreciando las ofertas de Nafarroa Bai y del PNV, a los que de nada les ha servido tirar por los suelos el precio de sus contraofertas. Y si el Lizarra abertzale apostaba por la resolución del conflicto político y armado a través de la negociación, el Lizarra español propone seguir jugándoselo todo a la vía de la victoria policial, que se ha demostrado imposible mil veces.

Hay una diferencia más. Lizarra abogaba por institucionalizar Euskal Herria, construir el Estado que no existe. PSOE y PP lo tienen mucho más fácil: no necesitan crear Udalbiltza, porque ya disponen de sus gobierno y parlamentos particionistas (y ahora también excluyentes); tampoco deben tramitar el EHNA, porque ya imponen el DNI; no requieren Poder Judicial propio, porque pueden usar y abusar de su Audiencia Nacional o de su Tribunal Superior del País Vasco; tampoco precisan de un Batera que defienda a sus presos, porque la represión política es patrimonio estatal. Y más y más...

Cambio-no cambio

En resumen, unos tienen todo por hacer y otros sólo aspiran a que nada cambie. El alineamiento PSOE-PP crea así una nueva línea divisoria. En los años 80-90 el Pacto de Ajuria Enea patentó una dicotomía entre «demócratas y violentos». Luego, Lizarra dibujó una nueva raya divisoria entre «abertzales y españolistas». Y hoy día la realidad de los hechos impone una nueva separación: la de los defensores del actual marco frente a quienes reivindican un cambio en claves democráticas.

Es esa la confrontación que viene, y que en realidad se viene produciendo ya desde que en el último proceso de negociación estuviera cerca la posibilidad real de ese cambio, que no se llegó a consumar. En ese momento se evidenció que no sólo PSOE y PP, sino también el PNV, están en la orilla de quienes prefieren seguir igual. Pero en términos sociales se percibe que la realidad es muy diferente y que no son mayoría precisamente quienes se aferran al «más vale malo conocido...».

El futuro no está en manos de siglas, sedes y lobbys políticos, sino que se decantará por la apuesta individual de cada ciudadano. Habrá que ver, por ejemplo, cómo digieren los cientos de miles de votantes jeltzales la clamorosa constatación de que la dirección de su partido no tenía empacho en pactar con el PP, heredero directo del genocidio franquista y el intento de exterminio de Euskal Herria, para seguir ostentando el poder en Ajuria Enea.

Quienes sí exigen un cambio real, con los independentistas a la cabeza, deben hacer una oferta atractiva a cada uno de esos ciudadanos y conformar una estrategia eficaz frente al renacido bloque españolista. La izquierda abertzale ha anunciado su disposición a hincar el diente al debate y la receptividad encontrada parece positiva. Hay terreno, por tanto, para trabajar sin apriorismos ni partidismos. Sin prisas pero sin pausas.

Izquierda-derecha

La crisis económica y el debate consiguiente brinda además un suelo extra sobre el que construir una oferta socialmente atractiva. Las recetas de los partidarios del statu quo son de sobra conocidas: pasan sólo por corregir los errores del sistema cuando, en realidad, cada vez está más claro que el sistema es el error. Así, encontramos una Administración de Lakua que se ha refugiado en una mezcla de autocomplacencia -la comparación con los datos estatales lo pone fácil-, de autismo -negativa al diálogo con los sindicatos- y de continuismo -la cascada de EREs aprobados-. Y la navarra, por su parte, va más lejos aprovechando la ocasión para potenciar el sospechoso clientelismo de las constructoras con los proyectos de rescate de la frustrada macrociudad de Gendulain y de adelanto del pago del TAV.

La dicotomía cambio-no cambio entronca pues de forma natural con la de izquierda-derecha. Articular una propuesta de cambio real y hacerlo desde una izquierda real es el reto de los próximos meses.

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