Joseba Macías Sociólogo y periodista
«RAF», una película y sus fantasmas
En estos días se proyecta en las pantallas de Euskal Herria «RAF: Fracción del Ejército Rojo», largometraje alemán dirigido por Uli Edel y nominado a mejor película de habla no inglesa en la pasada edición de los Oscar. El autor del artículo recomienda la película y se fija en el acierto de una nueva generación de cineastas que abordan la relectura histórica desde el medio cinematográfico.
El cine alemán sigue atravesando un momento dulce en el siempre difícil contexto de las cinematografías periféricas al gran oligopolio hollywoodense. No me refiero sólo al éxito comercial o a la posibilidad de haber conseguido distribuir y exhibir en los últimos años y más allá de sus fronteras una serie de títulos abalados por la taquilla («El Perfume», «El gran silencio», «Plan Imperfecto»...) sino, fundamentalmente, a la recuperación de una cultura cinematográfica en la que la reincorporación de la memoria histórica juega un papel fundamental («El hundimiento», «Good Bye Lenin», «La vida de los otros», «Los falsificadores»...).
Es innegable que el siempre difícil ejercicio de volver la mirada hacia períodos todavía recientes y nunca superados en la intensa y convulsa crónica de la Alemania del siglo XX, nos muestra claramente una perspectiva fundamental: la propiciada por unos cineastas que saben utilizar también el medio audiovisual como agenda necesaria de relectura histórica, de nueva y siempre obligada mirada sobre realidades que desde el poder establecido se trata sistemáticamente de borrar del imaginario social y del inconsciente colectivo de unas generaciones demasiado hipotecadas a un pasado saturado de traumas y silencios consensuados.
La llegada ahora a las pantallas vascas de la película «RAF, Facción del Ejército Rojo» (en el original con un título tan coherentemente sensacionalista como «El complejo Baader-Meinhof») nos posibilita acercarnos a este espíritu de relectura histórica propiciado por una nueva generación de cineastas inquietos. El estreno alemán del film ya dio lugar en estas mismas páginas a más que interesantes artículos de dos buenos amigos (Ingo Niebel y Mikel Insausti), pero me gustaría incorporar una nueva reflexión ahora que la mayor parte de los ciudadanos vascos tenemos oportunidad de verla en nuestros cines o, lo que es lo mismo, de observar de primera mano la reconstrucción de unos años de intensa respuesta social que forjaron, también entre nosotros-as, un amplio universo crítico y plural ante el «poder del Estado» mantenido higiénicamente hasta nuestros días.
Tengo que señalar, de entrada, que la película me ha parecido interesante en su reconstrucción de una época y una transgresión socializada. Más allá de determinadas figuras caricaturizadas, de falta de contextualizaciones necesarias, o de situaciones no suficientemente explicadas, la narración cronológica de unos años que empiezan con la respuesta estudiantil y popular ante la visita del Sha de Persia a Alemania (1967) y culminan con la ejecución del entonces jefe de la patronal y antiguo militante nazi Hans-Martin Schleyer (1977), recrea sucintamente el tiempo y el entorno que generan la aparición de la respuesta armada de la Rote Armee Fraktion (RAF, Fracción del Ejército Rojo) y las primeras acciones de una organización político-militar que mostró como nadie las contradicciones innatas al «moderno estado capitalista alemán».
A lo largo de casi dos horas y media recorren la pantalla las imágenes de Vietnam, las asambleas estudiantiles con el inolvidable Rudi Dutschke, los entrenamientos junto a los palestinos del Frente Popular, las debilidades del Estado, la tragedia de Munich 72, los mecanismos de represión generalizada, los juicios-farsa de un poder que termina sentado en el banquillo de los acusados simbólicos, el papel del «establishment» alemán en el amparo del imperialismo norteamericano, los «suicidios» en la cárcel de Stammheim...
Es cierto, como señalan algunos críticos, que en ocasiones da la impresión de que estos jóvenes comprometidos son más una banda de snobs con espíritu rockero que una célula militante. Pero es innegable también que estamos ante una valiente mirada de un nuevo cine germano que recupera la larga tradición crítica marcada por cineastas históricos como Kluge, Schlöndorf, Reitz, Fassbinder o Von Trotta, quienes hace ya muchos años nos dejaron títulos emblemáticos sobre este período como «Alemania en otoño» (1977) o «Las hermanas alemanas» (1982).
Dirigida por Uli Edel, realizador de películas comerciales como «Yo Cristina F.» o «El cuerpo del delito» y de superproducciones televisivas como «El anillo de los nibelungos», «RAF» ha vivido la polémica habitual consustancial a cualquier ejercicio de indagación en una historia reciente sumida en la discordia, como bien podrían contar los directores Julio Medem o Jaime Rosales en su durísima experiencia cercana... Pero más allá de los ruidos habituales, la película contribuye de una manera fehaciente a propiciar un debate social secuestrado por las fuerzas del «orden establecido».
Es cierto que han ocurrido muchas cosas en Alemania en estos treinta años: una reunificación llena de traumas y mentiras, una manifiesta deslegitimación de la partitocracia reinante, la potenciación de nuevos mecanismos de integración de la clase trabajadora en las estructuras del sistema, la aparición de originales movimientos de contestación y respuesta, el aumento sustancial de nuevos flujos de emigración no comunitaria, la desaparición de la última generación de los militantes de la RAF a finales de los años ochenta...
Pero en la película aparecen dos elementos esenciales que todavía hoy (y quizá más que nunca) siguen teniendo un papel hegemónico en la manipulación de las conciencias y de las voluntades: la socialdemocracia política y los medios de comunicación. Hay un momento cumbre en el film cuando el siempre mágico Bruno Ganz (Horst Herold) observa las imágenes en la televisión de un Willy Brandt que en 1969 es designado como nuevo canciller de la República Federal. Una escena en la que se muestra a la perfección el discurso de criminalización y asimilación como dos caras de la misma moneda.
Lo mismo ocurre con el imperio mediático del editor Alex Springer que llega a controlar en los años setenta del pasado siglo el 89% de la producción impresa alemana con publicaciones que van desde el escándalo, la pornografía y el sensacionalismo hasta el «análisis político». El mismo grupo Springer que hablará de que «la policía cumple con su deber» cuando asesinan en las calles de Berlín al estudiante Benno Ohnesorg, como se ve en la película. O que conseguirá, con su permanente presión, que el policía autor de los disparos salga absuelto unos meses más tarde por decisión del Tribunal de Justicia... Las cosas no han cambiado mucho.
Como diría en aquel tiempo un sociólogo berlinés, «Springer somete a los alemanes a un atontamiento sistemático, ofreciéndoles de todas las cosas la visión más apta para despertar sus más bajos instintos». Algo de lo que también por aquí hemos aprendido suficientemente en este cursillo permanente e intensivo de «nuevos tiempos-nuevo periodismo»... Por eso, películas como «RAF: Facción del Ejército Rojo» tienen la enorme virtud de proponernos, en contrapunto, un sano ejercicio de reflexión colectiva. Aunque sólo sea por eso, ir a verla ya merece la pena.