El «pacto del apartheid» ya tiene instalados sus peones a las puertas de Ajuria Enea
La conclusión lógica de la aplicación del pacto suscrito el 8 de diciembre del año 2000 por el PP y el PSOE era la expulsión de las fuerzas abertzales soberanistas de todo tipo de ámbitos políticos dominados, de una u otra forma, por el Estado español. Ciertamente, aquel pacto -bautizado pomposamente como «Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo»- estaba dirigido principalmente contra la izquierda abertzale. Pero PSOE y PP no pretendían combatir ideológicamente unas siglas concretas, sino que, como se deducía de la lectura de su preámbulo, su objetivo último era crear una situación de apartheid para intentar frenar el camino hacia la soberanía de Euskal Herria. Por ello se incluyeron aquellas frases que tanto molestaron en su día a la dirección jeltzale: «Ha quedado también de manifiesto el fracaso de la estrategia promovida por el PNV y por EA, que abandonaron el Pacto de Ajuria Enea para, de acuerdo con ETA y EH, poner un precio político al abandono de la violencia. Ese precio consistía en la imposición de la autodeterminación para llegar a la independencia del País Vasco. (...) El abandono definitivo, mediante ruptura formal, del Pacto de Estella y de los organismos creados por éste, por parte de ambos partidos, PNV y EA, constituye una condición evidente y necesaria para la reincorporación de estas fuerzas políticas al marco de unidad de los partidos democráticos para combatir el terrorismo. (...) Asimismo, la ruptura del Pacto de Estella y el abandono de sus organismos constituye, para el Partido Popular y el Partido Socialista, un requisito imprescindible para alcanzar cualquier acuerdo político o pacto institucional con el Partido Nacionalista Vasco y Eusko Alkartasuna».
Con el tiempo, el «aislamiento» al que fue sometido el PNV por parte del unionismo español fue desapareciendo al tiempo que se difuminaba su compromiso con la letra y el espíritu del Acuerdo de Lizarra-Garazi. Sin embargo, y pese a las esperanzas surgido con el proceso negociador abierto tras la llegada de Rodríguez Zapatero a La Moncloa, PSOE y PP sí han mantenido firme su compromiso para desterrar al independentismo vasco del escenario político.
Y en ese contexto tan delimitado es donde se entiende la decisión del PSOE de arriesgarse a profundizar la brecha social entre el mundo abertzale y el unionismo español echándose en brazos del PP para expulsar al PNV de Ajuria Enea. No es que el partido de Zapatero y Patxi López no se fíe de la actual dirección jeltzale. Lo que pretenden transmitir a Sabin Etxea es que al PNV le toca ahora pagar su «dependencia» de la izquierda abertzale durante los dos mandatos de Juan José Ibarretxe y, lo que no es menos importante, que en el futuro tendrá que jurar y prometer -ante la Constitución española y no ante el árbol de Gernika- que no volverá a utilizar un perfil soberanista para atraer el voto de la mayoría social de este país.
El PNV puede seguir buscando lecturas partidistas o personalistas en el nuevo pacto PSOE-PP, pero no las hay. El unionismo español siempre ha trabajado para lograr el encaje «cómodo» de Euskal Herria en el Estado español: lo ha hecho pactando con el PNV, lo ha hecho rompiendo lazos con los jeltzales, lo ha hecho anteriormente repartiéndose otras instituciones con el PP, lo hace cada día persiguiendo a la izquierda abertzale, lo hace desde hace veinte años utilizando la dispersión penitenciaria como forma de chantaje, lo hace constantemente en comisarías y juzgados pese a que el eco de las torturas resuena ya en las más altas instituciones internacionales...
Quien ha cambiado una y otra vez de aliados dando giros de 180 grados han sido las sucesivas direcciones del PNV, desde Xabier Arzalluz hasta Iñigo Urkullu pasando por Josu Jon Imaz. Ha sido esta élite política la que ha pretendido navegar en las aguas turbias de la política sin apostar decididamente por la única alternativa que puede superar el «pacto del apartheid»: la acumulación de fuerzas soberanistas.
Hechos que desnudan los discursos
Mientras tanto, el PSE continúa saboreando la hiel de su dulce derrota en las urnas. Esa derrota que el PP ha convertido en su victoria, dejando en un segundo plano durante unas semanas, incluso, a la figura de Patxi López. Las mieles del triunfo esperan al lehendakari in pectore en Ajuria Enea. Será a partir de su investidura cuando pueda dejar de repetir que el gobierno que presida «no será frentista». Lo que ya es más difícil es que López vaya a admitir que tanto su partido como el PP son los adalides del apartheid en Euskal Herria.
«Puedo garantizar que mi gobierno no pondrá en marcha ni una sola política, ni una sola medida que excluya a nadie, ni que suponga una agresión a los conceptos básicos y fundamentales de nadie», afirmó ayer el líder del PSE. Esta misma semana, Amparo Lasheras recuperaba la libertad tras haber sido encarcelada en la precampaña por intentar medirse en la contienda electoral a López, y a Ibarretxe, Ziarreta, Ezenarro... Y el 1-M fueron anulados más de 100.000 votos, una agresión en toda regla a los conceptos básicos de la democracia.