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ANÁLISIS Crisis económica mundial

La verdadera conspiración de AIG

El autor afirma que las manifestaciones de un «escandalizado» presidente estadounidense, Barack Obama, y de algunos senadores y congresistas por las primas cobradas por directivos de AIG tratan de esconder quienes son realmente los receptores de la ayuda pública.

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Michael HUDSON Economista y profesor de la Universidad de Missouri en Kansas City (EEUU)*

Parecerá extraño, pero lo cierto es que la indignación pública levantada por los 165 millones de dólares de bonificaciones para altos ejecutivos de la aseguradora AIG [la cifra podría elevarse a 218] es una bendición divina para Wall Street, incluidos los canallas de la propia AIG. ¿Por qué habrían de preocuparse tanto los medios de comunicación con el descubrimiento de una codicia al servicio de sí mismo en el sector financiero? Todos y cada uno de los canales de TV, todos y cada uno de los periódicos de este país, de derecha a izquierda, han convertido esas bonificaciones en cabecera titular de sus informaciones.

¿Qué yerro hay aquí? ¿No hay sobreactuación en una indignación que ha tenido sus expresiones más vociferantes en el senador Charles Schumer y en el congresista Barney Frank, los dos adelantados de los obsequios a los bancos el pasado año? ¿Le parece apropiado al presidente Obama venir a criticar ahora, después de tanto tiempo mudo, algo que le parece mal de Wall Street? Hasta el «Wall Street Journal» se ha metido en harina. La toma de control de AIG por parte del Gobierno, dice, «se sirve de la empresa como instrumento para rescatar otras instituciones». Hay mucha más codicia que la observada en los empleados de AIG. La empresa debía mucho más a otros jugadores -por doquier, y también en Wall Street- que el valor de los activos en su poder. Eso es lo que la llevó a la insolvencia. Y ha ido creciendo la oposición al modo en que Obama y McCain actuaron para apoyar un rescate que ha significado billones y billones de dólares tirados al sumidero. No realmente al sumidero, claro está, sino transferidos a especuladores financieros situados en el triunfante lado «listo» de las malas apuestas financieras de AIG.

«La muchedumbre de Washington quiere centrarse en las bonificaciones porque busca desencadenar la cólera pública contra los actores privados», decía acusatoriamente el editorial del «Wall Street Journal» del día 17. Mas, en vez de explicar que se trata de una maniobra de distracción para pasar por alto las exacciones [exigencia del pago de tributos por vía del apremio] de Wall Street, mil veces mayores que el monto de las bonificaciones criticadas, se limitaban a atacar a su bestia negra de toda la vida: el Congreso. ¡Derecha e izquierda no diferirían sino en la elección del blanco al que dirigir la indignación pública!

He aquí el verdadero problema de todo el escándalo montado con las bonificaciones de 165 millones de dólares para ejecutivos de AIG: esta suma es menos del 0,1% -una milésima- de los 183.000 millones de dólares que el Tesoro estadounidense dio a AIG para que pudiera dar satisfacción a sus acreedores. Esta suma, mil veces mayor que el volumen total de las bonificaciones en las que los promotores de Wall Street procuran centrar la atención del público, no se quedó en AIG.

Desde hace seis meses, los medios de comunicación y los congresistas han tratado de descubrir a dónde fue a parar ese dinero. [El periódico económico] «Bloomberg» inició un pleito para descubrirlo. Chocó con un muro de silencio. Hasta que, finalmente, el día 15 por la noche, el Gobierno soltó la prenda de los detalles. Eran enormemente embarazosos. El mayor recipiendario resultaba ser el mismo al que apuntaban los primeros rumores difundidos tempranamente por el mundo financiero: la propia empresa de Paulson, Goldman Sachs, encabezaba la lista. Era acreedora por valor de 13.000 millones de dólares. He aquí el perfil que va dibujándose. En setiembre, el secretario del Tesoro, Paulson, compuso un terso memorándum de apenas tres páginas esbozando su propuesta de rescate. El plan especificaba que, hicieran lo que hicieran él mismo u otros funciona- rios del Tesoro (incluidos sus subordinados, asimismo procedentes de Goldman Sachs), ni sus decisiones podrían recurrirse legalmente ni ellos mismos podrían ser llevados a tribunales, y mucho menos procesados y perseguidos legalmente. Esta condición sacó de sus casillas al Congreso, que rechazó el rescate en primera instancia.

Ahora se ve que Paulson tenía muy buenas razones para introducir una cláusula legal que bloqueara la posible recuperación de los fondos dados por el Tesoro a los acreedores de AIG. En eso debería centrarse la indignación pública.

En cambio, los congresistas que más se destacaron por abogar a favor de la legislación del rescate -junto con Obama, quien en su debate final con McCain llegó a pronunciarse resueltamente a favor de la terrible versión «corta» del plan de rescate de Paulson- organizan ahora una escandalera con las bonificaciones de los ejecutivos de AIG, pero no contra los acreedores de la compañía aseguradora.

Hay dos cuestiones que han de plantearse siempre cuando se lanza una operación política. Primero: qui bono, ¿a quién beneficia? Y segundo: ¿por qué ahora? Según mi experiencia, la graduación de tiempos, el ritmo, es clave para averiguar la dinámica operante.

En lo tocante al qui bono: ¿Qué ganan el senador Schumer, el congresista Frank, el presidente Obama y otros patrocinadores de Wall Street con esta escandalera pública? Pues para decirlo clarito: los pinta como a chicos duros con el sector bancario y financiero, no como a sus lobistas, siempre prestos a aprobar un obsequio tras otro. Así que la conmoción con AIG ha echado una cortina de humo sobre la verdadera naturaleza de sus lealtades políticas. Les permite posar con un ademán contundente, y así, posar como «honrados intermediarios» la próxima vez que tengan que aprobar deshonestamente el obsequio de unos cuantos billones de dólares más para los mayores patrocinadores y contribuyentes a sus propias campañas políticas.

En lo tocante a los ritmos, creo que ya ha quedado aclarado. La indignación con las bonificaciones de AIG ha logrado distraer la atención, desviándola de los acreedores de AIG, que fueron los que recibieron los 183.000 millones de dólares de obsequio del Tesoro. La suma «final» que tendrá que ir a parar a esos acreedores se rumorea que ronda los 250.000 millones, de modo que el senador Schumer, el congresista Frank y el presidente Obama todavía tienen mucho trabajo que hacer para Wall Street en el próximo año.

Para tener éxito en su trabajo, además de aplacar la indignación pública creciente con los malos rescates, necesitarán multiplicar los ademanes y los gestos con que se están prodigando ahora. Es un ejercicio de engaño.

Moraleja: cuanto más copiosas las lágrimas de cocodrilo vertidas sobre las bonificaciones a los ejecutivos de AIG (quienes, dicho sea de paso, parecen estar en el lado sano, de seguros bona fide del negocio de AIG, no en el jaleo de sus fondos de cobertura montados sobre un esquema Ponzi), tanto más distraerán la atención de la opinión pública sobre del obsequio de 183.000 millones de dólares, y tanto mejor colocados quedarán para seguir jugando obsequiosamente con dinero público (bonos del Tesoro y depósitos de la Reserva Federal) en beneficio de sus entidades financieras favoritas.

Sigamos la pista del dinero realmente dado a AIG: ¡183.000 millones de dólares! Ya sé que ese dinero se ha transferido ya, y que no hay forma de que lo devuelvan unos acreedores de AIG perfectamente conscientes de que Alan Greenspan, George Bush y Hank Paulson estaban llevando la economía estadounidense a un abismo inmobiliario, a un abismo de productos financieros derivados y a un abismo en materia de balanza de pagos; abismos, todos, que venían a confluir en la actividad de apostar contra las obligaciones de deuda colateralizada (CDO, por sus siglas en inglés) y de asegurar esas apuestas en AIG. Ese dinero ha sido lisa y llanamente chupado del Tesoro por la vía de colocar a propios en puestos públicos claves para que pudieran servirles mejor.

Pero sigámosles la pista a todos ellos. El senador Schumacher dijo a los recipiendarios de las bonificaciones de AIG que la IRS [la agencia tributaria estadounidense] puede perseguirles y, de una u otra forma, recuperar el dinero. También puede ir tras los recipiendarios del rescate de 183 mil millones de dólares. Todo lo que necesita hacer es recuperar los tradicionales impuestos sobre bienes raíces y aumentar los tipos marginales de los impuestos al ingreso y al patrimonio hasta los niveles (ya reducidos) de la era Clinton.

El dinero puede recuperarse. Y eso es precisamente lo que Schumer, Frank y otros no quieren que se debata públicamente. Por eso divierten la atención de la gente fingiendo escandalizarse con trivialidades. Una manera, muy propia de la época, de que la gente no vea el bosque y se pierda lo importante.

Traducción para www.sinper miso.info: Ricardo Timón

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