Mal hizo Bush al dar marcha atrás en sus pulsiones más mesiánicas cuando sustituyó el término «Justicia Infinita» por el de «Paz Duradera» para bautizar el castigo a Afganistán por los ataques del 11-S.

Noventa meses dura ya la eterna guerra y cada ofensiva de primavera de los talibán les acerca más a Kabul.

Tras semanas de reuniones con sus generales, su sucesor en la Casa Blanca ha llegado a la conclusión de que EEUU es incapaz por sí sólo no ya de ganar la contienda sino de crear las condiciones para pactar una salida honrosa.

El llamamiento de Obama a potencias regionales como Rusia, China e incluso al «malvado» Irán da idea de la urgencia de la situación.

Los nuevos invitados no dudarán, sin embargo, en exigir contrapartidas al hasta hace poco «fiero león» a cambio de su colaboración.

El anunciado mercadeo incluirá sin duda a Pakistán, al que la Casa Blanca ha prometido triplicar las ayudas a cambio de que deje de apoyar entre bambalinas a los talibán, sus aliados naturales en el escenario afgano.

Ocho años después, EEUU insiste en que Al-Qaeda prepara nuevos ataques en su sagrado suelo desde sus santuarios tribales pastunes.

Lo que es seguro es que Washington insiste en librar batalla en un escenario, el afgano, que se ha ganado el justo título de apuntillador de imperios. El británico vio frenadas en aquel cenegal sus aspiraciones continentales asiáticas en el siglo XIX.

El desastre en la campaña afgana del Ejército Rojo fue un elemento clave en la caída de la URSS hace hoy 20 años. ¿Historia o presagios?