Sirviéndose de una cámara o sin ella, la cineasta Chus Gutiérrez siempre ha mostrado una querencia especial por la temática de la inmigración y, sobre todo, hacia los llamados «Sin papeles». Tras «Poniente», Gutiérrez apuesta en su nuevo filme por una perspectiva opuesta y desdramatizadora a la hora de ahondar en el enriquecimiento que siempre aportan los mestizajes culturas. Mediante la utilización de una técnica semidocumental, esta bienintencionada producción plantea un viaje interior de ida y vuelta en el cual asistimos al paulatino descubrimiento de un entorno físico y un modelo social desconocido.

Utilizando la excusa del traslado de un cadáver, la trama se plantea como el viaje que el propietario de un tanatorio de Algeciras compartirá junto a una joven nativa que ha pretende enterrar a su hermano en su pequeña localidad natal marroquí. Este detonante, convenientemente respaldado en el recurso de las road movies, sirve al espectador para adentrarse en un paisaje árido en el cual predomina la comunicación dentro de un colectivo social que, debido a los medios de comunicación, no tiene rostro y amanece de forma anónima en las costas y tras sus trágicos viajes en patera. Es una lástima que contando con estos mimbres, Chus Gutiérrez no haya ahondado mucho más en el desarrollo de unos personajes que en, numerosas ocasiones, carecen de brújula y vagan por una narración poco fluida. La apuesta por un estilo contemplativo a la hora de descubrir los escenarios de Hansala contrasta con la forma que adopta la cámara a la hora de pasearse por las calles «occidentalizadas» de Algeciras.

La labor interpretativa también padece la manifiesta irregularidad de un conjunto interpretativo sustentado en la labor serena del actor José Luis García Pérez y en las limitaciones que evidencia su compañera de reparto, Farah Hamed. La puntillista fotografía figura entre los aspectos más reseñables de una película que nunca frivoliza y apuesta por un mensaje humanista que hubiera merecido un mayor empaque dramático.