J. Ibarzabal Licenciado en Derecho y en Ciencias Económicas
Keynes, pionero en la refundación del capitalismo liberal
En el año 1929 estalla en EEUU la gran depresión económica, cuyo efecto más inmediato es la quiebra de la bolsa americana y concretamente de Wall Street. Depresión que se extiende como un reguero de pólvora al resto del mundo. Lo que en principio parecía ser una repetición de anteriores ciclos económicos, se convirtió en el año 1931 en un colapso casi total de la estructura financiera del capitalismo moderno. En 1932, sima de la depresión, hay en EEUU 15 millones de parados. Los efectos de la crisis se prolongan durante toda la década de los años 30. El New-Deal (Nuevo Pacto) es el nombre con el que se conoce el conjunto de medidas tomadas por el presidente Roosevelt (1933) para hacer frente a la gran depresión.
La ideología dominante durante el periodo de incubación y desarrollo de la crisis es el liberalismo económico. Doctrina inspirada en los llamados economistas clásicos (Adam Smith, Ricardo, Stuart Mill, A. Marshall, Pigou...) cuyo fundamento básico es el laisser faire, que consiste en dejar los asuntos económicos en manos del mercado, de la libre competencia, con la mínima intervención posible de los Estados.
La economía oscila entre situaciones de pleno empleo y de paro amplio. Sin embargo, los clásicos sólo contemplan la posibilidad del pleno empleo, ya que, según ellos, en la economía existen unos resortes para superar situaciones pasajeras de paro. Pero para que éstos funcionen es imprescindible dejar actuar al libre mercado, y evitar el comportamiento monopolístico de los obreros mediante los sindicatos. En competencia perfecta, los salarios bajarían hasta el límite en el que todos los que lo deseen puedan encontrar trabajo. El remedio pues para luchar contra el paro está en bajar los salarios hasta que los precios sean competitivos. No habrá paro generalizado si los obreros aceptan la reducción de salarios.
Según este planteamiento, la política económica adecuada de los gobiernos consistiría en la reducción de los salarios, con la consecuente pérdida de poder adquisitivo del proletariado. Es la llamada economía por el lado de la oferta.
Es en este contexto donde van a aplicarse las doctrinas heterodoxas de J. Maynard Keynes (1883-1946), inglés, natural de Cambridge. Autor de numerosos libros, la síntesis de su contribución fundamental a la teoría económica general se contiene en «La teoría general del empleo, interés y dinero» (1936). Los remedios prácticos que propugnaba en esta obra para hacer frente al crac bursátil del 29 fueron aplicados con notable éxito por muchos países, siendo aceptada su tesis económica por la mayoría de los economistas y de los políticos. Keynes considera que es falso y dañino pensar, como hacían los clásicos, que la economía capitalista tiende automáticamente a superar el desequilibrio y a alcanzar el pleno empleo, a través de la reducción pertinente de los salarios.
El paro se produce por el bache existente entre la demanda efectiva (consumo total e inversión total) y la oferta total. En una sociedad caracterizada por la gran desigualdad de la renta y de la riqueza, la capacidad de la comunidad para consumir es limitada. Mientras que los ricos tienen más renta de la que necesitan para el consumo, a los pobres les sucede lo contrario. Como consecuencia, no llega a consumirse todo lo que se produce. El bache entre la oferta y la demanda, teniendo en cuenta la estructura socioeconómica (acumulación de la renta, propensión al consumo...) sólo puede cubrirse incrementando la inversión pública. No es que Keynes ignore el papel que la inversión privada puede jugar (de hecho la función del dinero y del tipo de interés son relevantes en su planteamiento teórico), pero por diversas razones (rigidez de la curva de la demanda de inversiones o eficacia marginal del capital) es la inversión pública en infraestructura, obras públicas, la que debe desempeñar un papel fundamental en la reactivación de la demanda y en la lucha contra el paro.
Así pues, el principio de no intervención estatal en los asuntos económicos propugnado por los economistas clásicos pasa al baúl de los recuerdos. El teórico inglés mantiene su confianza en el liberalismo político, pero reniega del liberalismo económico. Para Keynes el paro característico de la economía capitalista no es inevitable.
Según Keynes, el mundo es pobre no porque carezca de recursos naturales, capacidad técnica o voluntad de trabajo, sino porque había algo radicalmente equivocado en la manera de pensar de economistas y políticos, y en la forma de conducir los asuntos económicos.
Adam Smith (1723-1790), en su libro «La riqueza de las naciones» (1776) deposita su fe en la mano invisible del mercado. Esto conduce a los individuos, que buscan su propio beneficio egoísta, a promover un objetivo colectivo que no entraba en sus cálculos. Pero Keynes no se hace ninguna ilusión respecto a la mano invisible que guía a las personas, que no es precisamente una mano fraternal.
Keynes inaugura pues un nuevo enfoque del capitalismo (por el lado de la demanda), proclamando su fe absoluta en la propiedad privada de los medios de producción, en el capitalismo industrial y en la necesidad de la intervención estatal. Por el contrario, fustiga las lacras del capitalismo financiero, atacando la especulación financiera, los abusos financieros y a los rentistas.
Respecto al incremento de los salarios, su postura en ambigua, ya que contempla su aspecto positivo (incremento de la demanda efectiva), pero también su influencia negativa en la inflación. En su libro «How to pay for the war» propone pagar en la posguerra la pérdida del poder adquisitivo de los salarios devengados durante la segunda guerra mundial (plan de ahorro forzoso) con el objetivo de evitar los riesgos de una peligrosa inflación y de salvaguardar a largo plazo los intereses de los obreros. La respuesta de un grupo de laboristas británicos en el folleto titulado «The Keynes plan. Its danger to workers» califica el plan de Keynes de argumento sutil para reducir los salarios reales.
Así pues, y a pesar de su carácter heterodoxo y rupturista respecto a la teoría liberal de los economistas clásicos, el semblante esencialmente conservador del economista inglés se pone de manifiesto en su postura sobre los salarios reales, la propiedad, la nacionalización y el marxismo. Su propuesta para la intervención estatal de la inversión no le llevó a defender la colectivización de los medios de producción, ni siquiera la de algunos de los sectores básicos de la economía (finanzas, transporte, energía...). Ignora casi siempre el argumento socialista de que es esencial la propiedad social de los medios de producción, con argumentos pueriles de que la empresa a gran escala tiende a socializarse, porque los accionistas se apartan de la gestión.
Por lo que se refiere al marxismo, después de un viaje que hizo a la Unión Soviética en 1925, escribió que los historiadores de opinión no podrán explicar cómo una doctrina tan ilógica y obtusa como el marxismo, tan poco eficaz en la práctica, puede haber ejercido una influencia tan poderosa y duradera sobre la mente de los hombres y a través de ellos sobre los acontecimientos políticos. Con estos comentarios Keynes muestra su ceguera intelectual, producto de su profundo conservadurismo, al no percibir que 1) el marxismo es la doctrina que aborda por primera vez la emancipación de la clase trabajadora de forma seria, 2) las importantes aportaciones científicas, transideológicas, que hizo el marxismo a la sociología y a la teoría económica, y que aún perduran (entre otras, el materialismo histórico, la planificación económica, el desarrollo en una economía circulatoria, mediante la acumulación creciente del capital variable).
Con Keynes se inaugura pues un nuevo enfoque (refundación) del capitalismo (antiliberal e intervencionista), sin abordar a fondo lo que éste representa: la lacra humana de la explotación del hombre por el hombre. Una vez más se pone de manifiesto que el auténtico dilema en el plano de la justicia social no está en la intervención estatal sí, intervención estatal no, sino en decidir a favor de quién se realiza esta intervención.
Si es a favor de las capas populares, nos referimos al socialismo. Si favorece a la clase adinerada, hablamos del capitalismo. Economía al servicio de las personas, o viceversa. Así de sencillo.