Jon Odriozola Periodista
¡Vae victis!
El hombre, antes que «político», fue teólogo. La política moderna es una secularización de la teología medieval. Si hoy no puedo excomulgarte, sí puedo condenarte por tu no condena o ata esa mosca por el rabo que son las «reglas del juego»
Ave María Purísima, Padre. Sin pecado concebida, Hijo de Puta. Hombre, Padre, si empezamos ya insultando... Es que te veo venir y lo mismo te acomodo dos obleas sin consagrar. ¿Pero no es su «trabajo», Padre, absolver los pecados? Los veniales, no los mortales, hijo de la gran puta. Oiga, Padre, a ver si voy a ser yo el que le galantee con dos ostias bien dadas haciendo intrusismo en su «oficio». (Le entra acojono y dice): ¿Qué te aflige, hijo sin más? Pues verá, Padre y Muy Señor Mío, no condeno la violencia (revolucionaria) y eso me reconcome los hígados y no la conciencia puesto que sí condeno la tortura y a quienes la amparan o se hacen los longuis. O sea, hijo de Satanás (se vuelve a crecer el Padre), que estás en contra de los derechos humanos, ¡degenerado! Disculpe, Padre, pero los Derechos Humanos, con mayúscula, siempre han sido un estatuto del ciudadano para defenderse de la arbitrariedad del poder; es, por decirlo así, un escudo del pueblo, jamás un argumento del Estado para defenderse de nadie que, por otra parte y como señala el sociólogo burgués Max Weber, tiene el monopolio de la violencia y no necesita protección. Por tanto, menos hablar de derechos humanos y más respeto hacia ellos. ¡Eso es demagogia! ¿Y qué me dices del derecho a la vida, gañán? ¿Se refiere, Padre, a la vida padre y a no hincarla y vivir como parásito? Me refiero a la vida en general que Dios nos ha dado, pagano de mierda. El Padre Suárez, jesuita él, defendía el derecho al tiranicidio, o sea, ejecutar al déspota si posaba de sátrapa y ello sin contemplaciones, es decir, sin arrepentimiento. Por otra banda, para mí, Padre, por encima del derecho a la vida (de los blancos, por supuesto), está la virtud de la generosidad. La longanimidad... ¿La longa qué? Ah, sí (consulta el María Moliner), bien ¿y qué, sofista de los cojones? Perdone, pero el que tiene fama de mal hablado soy yo, decía que la longanimidad es aquella de quien lo da todo, incluida su vida, por una causa noble como es la liberación del pueblo en general pues que, si no, seguiríamos en las Cuevas de Altamira. No mira por sí sino que se ciega, vale decir, por la mayoría: es un holista. Es casi una postura cristiana primitiva. ¿Usted daría o arriesgaría la vida por su grey, por su rebaño? ¡Por supuesto que sí en la teoría! Ya, comprendo, Padre.
Cambiando de tema, supongo, Padre, que estará usted en contra de la Ley de Partidos y... (le interrumpe) ¡Por supuesto, pervertido, soy un demócrata! ¿Y la condena? ¡Por descontado, y así lo he dicho aquí, en Radio Bilbao, digo Euskadi! Pero no me líes, Gorgias redivivo, que me entra sofrosine, ¡ellos se lo han buscado! ¡Que se jodan! ¡Que condenen! La culpa del ser humano -está lanzado nuestro Padrecito- no es haber nacido, que decía el contrarreformista Calderón del Txintxorro, sino nacer para no condenar algo, lo mismo el heliocentrismo que la gravedad, no para entender y comprender, sino para condenar, malquistar y malsinar como la Santa Inquisición. El hombre, antes que «político», fue teólogo. La política moderna es una secularización de la teología medieval. Si hoy no puedo excomulgarte, sí puedo condenarte por tu no condena o ata esa mosca por el rabo que son las «reglas del juego». Entonces, Padre, ¿me absuelve? ¡Véte a tomar por el bul, cabrón!