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Antonio Álvarez-Solís periodista

Pequeña lógica para un absurdo

Al autor le llama la atención que dos partidos profundamente enfrentados en el panorama político del Estado español sean capaces de llegar a un amplio acuerdo para sostener el Gobierno en Lakua. Se pregunta a renglón seguido cuáles serán las políticas a desarrollar por ambos para mantener ese acuerdo. Y ofrece la respuesta: aquéllas que busquen destruir más que construir, porque «en la destrucción del `otro' siempre se puede coincidir».

Sigo dándole vueltas a la singular situación que plantea la convención entre socialistas y «populares» para gobernar Euskadi. Aunque el nuevo lehendakari haya afirmado con enérgica oratoria que ha llegado al poder para hacer una serie de cosas en alianza con los «populares», lo que parece evidente es que en el resto del Estado los socialistas y los «populares» permanecen enfrentados, con visiones y voluntades distintas, para conseguir esas supuestas cosas. Luego cabe deducir ya, en una primera conclusión, que esas cosas que quiere hacer el nuevo lehendakari en Euskadi han de ser cosas distintas a las que el socialismo pretende para el Estado español. Han de ser cosas que no enfrenten a «populares» y socialistas. Más aún, que los aúne en el protagonismo del poder. ¿Y cuáles pueden ser, por tanto, esas cosas tan extraordinarias que garanticen un gobierno común social-popular, ya que aunque los «populares» no tengan carteras en Lakua, dependerá de ellos que el Sr. López se mantenga?

En principio cabe imaginar que son cosas más para negar y destruir algo que para construir algo. En la destrucción del «otro» siempre se puede coincidir. La historia está plagada de esas alianzas. Es una alianza para la razia, pero ¿contra quién ese asalto en Euskadi? La respuesta parece evidente: contra el nacionalismo vasco, o lo que es igual, una razia contra la personalidad vasca. Si en lo económico, en lo social, en lo cultural, en la concepción de la justicia están enfrentados socialistas y «populares» sobre el escenario del Estado, ¿cómo suponer que no lo estén en tierras vascas? ¿Acaso el PSE se ha escindido del PSOE o el PP vasco del PP de Madrid? Evidentemente no.

Luego volvamos a preguntar: ¿qué suelda a los dos partidos que ahora dominan el Parlamento de Vitoria? Recordemos que históricamente las grandes y multicolores razias siempre tuvieron como único vínculo de acción el objetivo a destruir. Eso sí, generalmente los que intervenían en ellas se enfrentaban y disolvían pronto por las disensiones tras la victoria y como consecuencia del reparto del botín. Sobre ello España ha tenido siempre expresiones notables, ya que es un Estado edificado no para agavillar, sino para dominar y conseguir sometimientos violentos. Ello ha producido un constante desbaratamiento de lo español y ha inducido la llamada historia negra. El amor a España es siempre dramático e inconfortable. Hay en la política española una incapacidad de análisis en tal medida y extremo que convierte en belicidad todo proceso de pensamiento.

No olvidemos en este sentido el subsuelo españolista que aún perdura en ciertos ciudadanos que trabajan y viven en Euskadi y profesan un vasquismo estrictamente administrativo. Hay que mencionar también esa élite vasca que tiene por vulgar su raíz euskaldun y considera a España como marco ideal para sostener su poder económico y su gestualidad de clase distinguida.

Lo conseguido por los socialistas en Euskadi mediante estas elecciones de 2009 se apoya en dos grandes falsificaciones: una de ellas ha consistido en recurrir a la violencia de los tribunales españoles, asistidos por una policía con objetivos coloniales y mandada por un Gobierno con voluntad metropolitana, para eliminar una masa muy crecida de ciudadanos adversos a lo español; la otra falsificación consiste, aunque esto es cuestión de una incorrecta apreciación política en la organización electoral vasca, en dar el mismo número de diputados a los tres territorios históricos del actual Euskadi, con lo que el voto más antisoberanista y escaso de Araba ha valido mucho más en las urnas que el voto demográficamente más numeroso y nacionalista de Bizkaia y de Gipuzkoa. Supongo que estas dos afirmaciones no merecen ser discutidas dada su obviedad.

Esta es la situación real que refleja el actual Parlamento de Gasteiz, que es un parlamento ocupado por el españolismo merced a violencias físicas e ideológicas escandalosas para hacer del pueblo vasco una nación forzada de nuevo a una cierta clandestinidad. O sea, estamos ante un parlamento de frente españolista, repleto de intención represiva de lo vasco. Esto es, repito, lo único que une a socialistas y «populares».

Pero buscar esa destrucción de lo genuinamente vasco ha de tener un propósito, que no puede ser otro, repito, que someter plenamente Euskadi al poder de la metrópoli. Todo ello irá poniéndose de relieve a lo largo de una legislatura que supongo constituirá un periodo recalentado y vehemente. Por consiguiente, resulta de una lógica torticera hablar desde el socialismo y el «populismo» de superar el denominado frentismo nacionalista vasco, cuando el abertzalismo trata de alojar con toda dignidad y plenitud de derechos políticos, pero en el marco nacional de Euskadi, a todos los llegados a tierra vasca. Los nacionalistas sólo exigen que la democracia sea practicada en el seno determinante de un Euskadi soberano. El socialismo no puede, por más que lo pretenda, tomar en su mano la saliva española para dar vida al hombre vasco. Hay actos creativos que pertenecen ya a la época mágica.

Lo que resulta evidente es que el Partido Socialista y el Partido Popular están librando una guerra a muerte en el marco del Estado español, exhibiendo programas, posturas y maniobras de eliminación mutua. Con ese horizonte al fondo no resulta creíble que los socialistas y los «populares» que ahora se unen políticamente en Euskadi puedan promover una política económica común, una actividad social idéntica, un comportamiento ante el empleo con el mismo perfil, una coincidente promoción educativa y lingüística, una única visión para el manejo policial, una compartida consideración de la justicia... Si lograran actuaciones coincidentes en todos esos marcos y algunos más, habría que reconocer que ni el PSE tiene nada que ver con el PSOE ni el Partido Popular pertenece a la derecha dura española. Pero ¿es acaso imaginable que ambas formaciones renuncien a su función de correa transmisora de españolidad tanto más adusta y belicosa cuanto más determinado está el nacionalismo vasco a rescatar su patria?

Las últimas elecciones han demostrado que sumando los votos que no fueron admitidos en su lucha por el poder político y los que suponen nacionalismo legal se reúne una masa ciudadana de signo nacionalista caracterizada por un volumen demográfico superior y que está caracterizada por una raíz histórica distintiva. ¿Es eso lo que se quiere destruir? Para lograrlo, una vez más, se ha manipulado la democracia de las instituciones para invalidar la democracia social vasca. Usar este mecanismo de gobierno equivale a admitir, como ya hemos señalado otras veces, que la supuesta democracia de las instituciones se ha impuesto a la real democracia del pueblo. En la esfera institucional se pretende ahora mezclar ambas democracias, con lo que el conjunto apesta a la vez a escepticismo y violencia. La idea de que la actual situación vasca va a iluminarse con una luz regeneradora equivale a creer que una extraña floración de esperanzas surgirá en el provocado desierto ciudadano de Euskadi. A este respecto resulta ilustrativa la frase de James Hillman en «El pensamiento del corazón»: «Cuanto más grande sea nuestro desierto tanto mayor será nuestra cólera». Esa cólera que se exteriorizará, quizá, cuando, como dice el autor citado, ya «no nos dé miedo atrevernos a rugir» ¿Qué clase de gobernantes son los que taponan todas las vías para el tránsito de la razón? La España de Franco vive. Francia se desparrama como arena estéril en manos de Sarkozy. Italia aplaude una ópera bufa. La vieja tentación agobia a los alemanes... Y ahora Euskadi.

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