Iñaki Uriarte Arquitecto
Rey de copas
El encuentro de dos aficiones procedentes de dos históricos pueblos sometidos desde hace demasiados años ofrece una posibilidad única que debe ser aprovechada sin titubeo ni temor alguno como una demostración pública y mayoritaria de rebeldía
Desde hace ya un tiempo la ciudadanía de Euskal Herria, por insistencia de EiTB y en particular la de Bizkaia por otras muchas influencias, sabemos que el Athletic Club de Bilbao disputa la final de la Copa de fútbol con el F. C. Barcelona. Este importante partido, que no es otra cosa, está siendo objeto de una intencionada, agobiante e insoportable campaña mediática populista con objetivos muy diversos, desde los comerciales a los políticos, hasta límites absurdos e impropios de una sociedad sensata y culta. Ayuntamientos, edificios oficiales de instituciones o servicios, universidades, etc. muestran banderas o pancartas cuando jamás se han manifestado ante gravísimas agresiones a referencias trascendentales de nuestro pueblo como la lengua, cultura, identidad o de libertad de expresión. Es una exhibición oportunista de hipocresía y banalidad. Anticipo que no me interesa en absoluto el fútbol como deporte industrializado o industria deportiva, pero sí su fenomenología y repercusión social. En nuestro caso, sólo el singular y universalmente admirado carácter etnográfico del genuino equipo vasco, los demás importantes de nuestra tierra son clubes de bandera de conveniencia, y evidentemente en el Athletic el extraordinario múltiple valor del arco que sostiene la tribuna del campo de San Mamés, tan despreciado por gentes que se proclaman amantes del club. Todo lo demás es mercadotecnia, participa quien lo desee y que disfrute.
Este fenómeno de masas, que moviliza decenas de miles de personas, ha coincidido y ha sido habilísimamente manipulado por ciertos medios de comunicación, muy especialmente por «El Correo (del) español», para distraer a la sociedad vasca de la ilegítima usurpación por el gobierno rapiña del PPSOE con su presidente, que no es lo mismo que lehendakari López. De todo este contagio de motivaciones que afectan incluso a los más indiferentes se pueden deducir algunas reflexiones de interés colectivo.
No he entendido aquel entusiasmo inicial por jugar dicho partido en la capital de España, sólo que está mas cerca, villa en la que se traman histórica y continuamente las mayores agresiones contra nuestro país y todas sus señas de identidad, voluntad política y derechos humanos cuya distinción podría ser la Capital Europea de la Tortura.
Pero dado que este partido originará el desplazamiento desde nuestro país de miles de personas a Valencia, una de las capitales de los Paisos Catalans, que coincidirán con otros tantos procedentes de Catalunya, es una ocasión muy oportunamente especial. Ante el bullicio social que allí se produzca es preciso recordar que en la cárcel Valencia II hay 19 prisioneros políticos vascos que bien agradecerían una parte de este fervor popular con perceptibles expresiones de solidaridad y quizás algunas camisetas o banderas.
Esta final de la Copa del Rey de España estará presidida por el rey de copas, según se relata en medios alternativos de difusión, el representante de una monarquía golpista, juerguista, corrupta y antivasca. Fue este personaje el que animó al frente español PPSOE a expulsar a Ibarretxe, que cobija a una amplia extirpe de parásitos vividores y su prole a cuenta del dinero público.
El encuentro de dos aficiones procedentes de dos históricos pueblos sometidos desde hace demasiados años, mucho antes de la última dictadura, ofrece una posibilidad única que debe ser aprovechada sin titubeo ni temor alguno como una demostración pública y mayoritaria de rebeldía, de insumisión en un acto de absoluta e irreprochable legítima libertad de expresión colectiva.
La aparición y presencia de este monarca impuesto por el criminal dictador español Franco al unísono del himno de su país, como se está ya sugiriendo, debe ser rotundamente respondida del modo más ingenioso y ostentoso posible. No hace falta levantarse del asiento para lanzar octavillas o papeletas de color que signifiquen una reivindicación o corear otra canción a pesar de que eleven la megafonía del campo a limites de tortura músico patriotera españolista. Se supone que pagarán los derechos de autor a los piratas de la SGAE.
Es difícil pensar que los dos equipos, además de intercambiarse saludos y banderines sean capaces de plantear, como se ha hecho en los partidos entre las selecciones de Euskal Herria y Catalunya, las legítimas aspiraciones de nacionalidad, de independencia, pero algo se debería hacer si se consideran de cierto modo representantes deportivos de sus pueblos.
Asimismo, la ocasión debería servir para crear alguna plataforma en las respectivas naciones vasca y catalana para apoyar la candidatura para los juegos Olímpicos de 2016 a favor de Río de Janeiro, de Tokio o de Chicago frente a Madrid, que supondría una españolidad intoxicante, y debe dirimirse el próximo 2 de octubre en Copenhague. Aquí les dolerá mucho y es una referencia que podría utilizarse en todo tipo de negociación política.