Cine francés en tiempos de palomitas
Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual
Francia posee la admirable capacidad de saber difundir sus películas entre sus habitantes y más allá de sus fronteras. En el Estado francés, el cine se vive de otro modo, tienen cuidado de preservar convenientemente su legado cinematográfico y garantizarse el futuro de su industria. Como muestra un botón; en los institutos se estudia historia del cine, una asignatura que por estos lares no es ni siquiera obligatoria en una licenciatura como Comunicación Audiovisual. El cine es parte de su cultura, hablar de cine en el Estado francés es hacer alusión a algo que bien puede parecérsele a un tesoro histórico.
Desde aquí observamos su filmografía como una rara avis con connotaciones intelectualoides, cine aburrido para personas aburridas. La realidad del cine francés es bien distinta de la idea que se tiene de él; su cinematografía es tan «rica» como los modos existentes de entender el cine. Aquí, la industria se acerca cada vez más a la idea del negocio como entretenimiento, un producto que se hace para vender entradas (y palomitas). Allí en cambio son más cuidadosos, protegen su tesoro. París invierte cantidades aceptables de dinero público en subvenciones para los guiones, la distribución... Aquí, bueno, se preocupan de otras cosas.
Así que, cada vez que veo una película de producción gala y me digo a mí misma lo mucho que me ha gustado, siempre llego a la misma conclusión; ojalá nos acercásemos un poquito a su modelo. Christophe Honoré es uno de esos directores que hace bien de embajador. En el pasado festival de cine de Donostia presentó «La bella persona», una película actualmente en cartelera y que demuestra cómo, a través de un estilo sin excesivas estridencias y poco pretencioso, se pueden contar de un modo original las historias de siempre. A través de una realización elegante, la película invita a seguir a sus personajes mas allá de la gran pantalla aunque sus historias tengan fin en la película. En «La bella persona», el amor surge por las esquinas y desaparece también en ellas, la vida fluye y sus personajes rebosan energía. El realizador de títulos como «Ma Mère» (2004) o «Les Chansons d'amour» (2007), ubica la acción del largometraje en el París de nuestros días, las aulas de un instituto le sirvieron para tejer una película sobre el amor consiguiendo demostrar la vigencia y la atemporalidad del libro del que bebe la historia; una historia de amor y desamor contada «a la francesa», pero en el mejor sentido de la palabra.