El Baskonia se ridiculizó ayer a sí mismo al recibir ante los blancos la derrota más dolorosa en mucho tiempo y que lo condena a jugársela a una carta ante un Real Madrid que parece especializado en remontar situaciones imposibles ante los azulgranas. Desde luego que ha habido y habrá derrotas más transcendentes, pero difícilmente las habrá más dolorosas, ya que ver a un equipo que no pasa de vulgar «chorrear» a un Baskonia sin alma de la manera en la que lo hizo ayer el equipo de Plaza es una de las situaciones más dolorosas que se pueden sufrir en una cancha de baloncesto.

Perder en Vistalegre puede entrar dentro de las previsiones, pero ver a Felipe Reyes, Mumbrú y compañía jugar con todo un campeón de liga ACB durante 20 minutos, sin que nadie, ni en la cancha ni en el banquillo, excepto la honrosa excepción de Vidal, hiciese nada, es la peor tortura imaginable para el aficionado azulgrana.

Al contrario de lo sucedido en el primer partido, el Baskonia nunca se sintió cómodo en Vistalegre. Al comienzo Tiago Splitter y después Vidal los mantuvo en ataque, pero sin llegar nunca a tener esa fluidez y esa superioridad bajo los aros del partido de Zurbano. Pese a las pérdidas y las faltas de los interiores, los baskonistas aguantaron un cuarto, luego se desinflaron de manera imperdonable.

Los pequeños, con Vidal y Lucas de estiletes, mantuvieron durante un par de minutos a los baskonistas, pero el desastre se fraguó con una transición defensiva indigna de un aspirante al título de liga. A base de correr y penetrar, los blancos se fueron de diez al descanso y sobró toda la segunda parte.

Ridículo

Aunque se esperaba una reacción azulgrana, la reanudación no pudo ser peor. El Madrid le metió un parcial de 10-2 que ni siquiera la avería de la mesa pudo frenar. Ridículo es el término que mejor define lo que ocurrió durante la segunda mitad del tercer cuarto, que no se puede tapar ni con la dignidad del capitán y la buena muñeca de John Lucas.