La convención teatral da salvoconducto a cualquier situación por inverosímil que pueda parecer y, en esta ocasión, La Fura «secuestra» a los espectadores para emular el acontecimiento sucedido en el moscovita Teatro Dubrovka en 2002, en el que un comando checheno retuvo a público y artistas hasta que se produjo una masacre con la intervención de los cuerpos especiales rusos. Situados en esta convención, se parte de una obra de Alexander Pushkin, «Boris Godunov», que trata, precisamente, de la violencia política para acceder al poder. Es, pues, una elección apropiada para que el juego entre la obra «interpretada» y la obra en la que «vivimos»; es decir, el secuestro, con su lenguaje, sus violencias verbales, sus ramificaciones, sus interioridades y sus jerarquías, se incardinen y formen un todo.

Claramente metateatral, la utilización del vídeo pregrabado, más las cámaras de vigilancia utilizadas en tiempo real, crean una atmósfera en la que se debe discernir con mucho acierto para no caer en la encerrona emocional, porque, al fin y al cabo, todos los personajes van colocando su discurso político y en todos los casos es la violencia el instrumento implícito o explícito; una violencia que se refleja en espejo la que se nos presenta en ocasiones de manera cruda y en otras, de manera pudorosa. Teatralmente bien resuelta, con un buen ritmo interno, un uso de todo el edificio y con recursos audiovisuales espléndidamente utilizados, lo que hacen uno de los trabajos más serios de La Fura.