Las elecciones del domingo evidencian la clara tendencia conservadora de los estados de la UE, algo que ya se intuía desde finales de la década de los noventa. Los partidos de centroderecha agrupados en el Partido Popular Europeo (PPE) representan un poco más del 36% de los cargos electos -han logrado 276 de los 736 escaños-. A ellos se suman varias decenas de eurodiputados de derecha británicos, polacos y checos que abogan por formar un grupo distinto y el auge tanto de la extrema derecha como de los euroescépticos. La balanza, por tanto, se inclina hacia el lado conservador.

Para algunos expertos, el electorado ha castigado a los partidos socialdemócratas que están en el poder, como es el caso del Estado español y Gran Bretaña, y a los que están en la oposición, como en el Estado francés e Italia, por no saber gestionar la crisis o sacar provecho de ella.

«El pequeño secreto de Sarkozy es su capacidad para ofrecer una imagen reformista y, al mismo tiempo, llegar los más conservadores», considera Antonio Missiroli, del European Policy Centre de Bruselas.

También se ha percibido un incremento de los movimientos de izquierda contestatarios que se oponen al modelo liberal, tal y como ha ocurrido en el Estado francés y Alemania. Y algunas medidas adoptadas por la derecha ante la crisis -nacionalizaciones, planes de reactivación, regularización de los mercados- son más propias de los sectores de izquierda que de los socialdemócratas.

También cabe destacar la falta una verdadera alternativa a la derecha, que ha proyectado una imagen de estabilidad y protección. La crisis interna y descalabro del italiano Partido Demócrata es un buen ejemplo.

De todas formas, el PPE no lo va a tener muy fácil. Además de hacer frente a la escisión de los citados eurodiputados, deberá afrontar el empuje de los grupos de ultraderecha, xenófobos y eurofóbicos, que en su conjunto suman 120 escaños.

Aún así, no se prevé una gran coalición entre ellos, ya que los conservadores británicos, pese a su euroescepticismo, poco tienen que ver la xenófoba Liga del Norte de Italia o la islamofobia del eurodiputado neerlandés Geert Wilders. En opinión de Missiroli, un gran número de pequeñas formaciones, de índole muy diferente entre sí, coexistirán en el Parlamento e incluso en el mismo país, pero tendrán muchas dificultades para formar una gran alianza.