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Beñat Zarrabeitia Periodista y miembro de Etxerat

Frente a los «dioses de la guerra», solidaridad y compromiso

Piensan, de manera zafia, que retirando las fotografías, extendiendo el miedo con citaciones en la Audiencia Nacional van a acabar con la solidaridad

Cuenta la mitología griega que Ares era su dios de la guerra. La personificación de la fuerza bruta y la violencia, así como del tumulto, confusión y horrores de las batallas. Hoy la realidad vasca, en cambio, nos sitúa a Ares como delegado para la represión en Vascongadas. El primero era hijo de Zeus y Hera, el segundo hereda el legado político de los García Damborenea o Redondo Terreros.

Las fotografías son un elemento imprescindible para inmortalizar recuerdos, vivencias, personas e incluso sentimientos. Algunas son capaces de transmitir más que las palabras y otras, por su significado, tienen un valor emotivo añadido. Las de los presos políticos pueblan los rincones del país, su presencia digna recuerda constantemente la vigencia de un problema político al que algunos, como los dioses de la guerra, tan sólo responden con represión.

La permanencia de esas fotografías en los pueblos y barrios de Euskal Herria supone una muralla de dignidad, recuerdo y solidaridad. 740 fotografías de ciudadanos vascos que dispersados a una media de más de 600 kilómetros de sus casas se ven obligados a vivir en las condiciones de vida más duras, llegando 21 de ellos a no poder contarlo.

Sin embargo, los dioses de la guerra parecen dispuestos también a proceder a la eliminación de dichas fotografías. Arrasate, Donostia, Santurtzi, la fiesta de Ibilaldia en Galdakao o Gasteiz son algunos de los lugares donde la Policía autonómica, con dos autos distintos, ha procedido a la retirada de las mismas. Los impulsores de dicha medida hablan de «terminar con los espacios de impunidad». Eufemismo envenenado de aquellos que otorgan carta blanca a una impunidad presente en las comisarías donde se tortura o en las cárceles donde se aísla, separa, humilla, golpea y se trata de destruir a los militantes vascos presos como personas y también como sujetos políticos.

Rubalcaba, López, Ares y el Ejecutivo de Gasteiz al completo, surgido tras unas elecciones antidemocráticas e impunes, buscan ocultar la realidad de la política penitenciaria arrancando las fotografías de los presos políticos de las calles. Buscan que la sociedad no recuerde y no tenga constancia de que su política penitenciaria mata y mantiene a presos y presas con enfermedades graves e incurables en prisión, de que se aplica la cadena perpetua o de que la vulneración de derechos es constante.

Piensan, de manera zafia, que retirando las fotografías, extendiendo el miedo con citaciones en la Audiencia Nacional u otorgando vía libre a los agentes más violentos para repartir a su antojo van a acabar con la solidaridad. No pueden estar más equivocados. Familiares, amigos y demás personas que quieren a las presas y presos políticos vascos no van a dejar su solidaridad a un lado. De ninguna manera. El recuerdo va a seguir presente, con fotografías y todo tipo de instrumentos que habiliten nuestra imaginación solidaria.

Hay que ganar el pulso. Con inteligencia y eficacia. Los dioses de la guerra y la propaganda buscan hacer del miedo un estilo. El nuestro será siempre el del compromiso, el trabajo y la solidaridad. Hoy, sábado, toca volver a demostrarlo enseñando al mundo las fotografías de los presos y presas políticos vascos. Se trata de un símbolo, como el pañuelo de las madres de la Plaza de Mayo o los murales de las Falls Road de Belfast. Hay que defenderlo hasta que el último de los represaliados pueda volver a casa. Como decía Alonso Asensio, padre de Joseba Asensio, Kirruli, fallecido el 8 de junio de 1986 en Herrera de la Mancha por una enfermedad como la tuberculosis, casi erradicada en Europa, «ese día, podremos llorar». Mientras tanto, toca defender y pelear por lo nuestro.

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