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Análisis | Elecciones en el país de los cedros

Líbano elige resistencia, pero el Parlamento mira hacia Occidente

 Hacia la medianoche del pasado domingo el suspiro de alivio de las potencias occidentales (EEUU, Estado francés y países aliados como Arabia Saudí) retumbó en Beirut de tal manera que casi llegó a silenciar las salvas y los fuegos artificiales que se escucharon durante toda la noche en la capital de Líbano.

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Alberto PRADILLA

La victoria del movimiento 14 de marzo no va a traer cambios en el Parlamento, pero vuelve a cuestionar la representatividad de su composición y evidencia la brecha entre quienes miran a Occidente y quienes apuestan por la resistencia. Ahora toca ver cómo gestiona la mayoría su triunfo.

Apesar de los aspavientos, la victoria electoral del 14 de marzo, más aplastante de lo que podría esperarse, no supone ningún cambio dentro del panora- ma político de Líbano, que sigue dominado por la llamada coalición antisiria desde las elecciones de 2005. Al menos, en el Parlamento. En la práctica, y según la ley electoral que reparte escaños según las confesiones religiosas, lo único que se ha movido es su sector cristiano, que ha dado la espalda a la Corriente Patriótica Libre del general Michel Aoun, para echarse en brazos de formaciones extremistas como Falange y Fuerzas Libanesas, dos partidos cuyos grupos paramilitares son responsables de horrores como la matanza de palestinos en Sabra y Chatila en 1982.

Teniendo en cuenta que los suníes apoyaron en masa al Movimiento Futuro de Rafic Hariri y los chiíes mantuvieron su apuesta por la resistencia de Hizbulah, la batalla electoral sólo tuvo emoción en las sacristías maronitas, y éstas optaron mayoritariamente por las fuerzas prooccidentales. El mensaje de un Líbano con chador y convertido en el puerto mediterráneo de los ayatolás iraníes caló en unos barrios, los cristianos, donde la francofonía heredada de la ocupación europea es un símbolo de mirar hacia Occidente.

Pero tampoco se puede obviar la compra de votos como uno de los elementos determinantes a la hora de explicar la victoria del 14. Porque, como explicaba Khaled, un taxista libanés que llegó a Beirut en 2000 después de vivir en Colombia durante 30 años, «sólo en mi aldea han llegado decenas de personas que habían emigrado, les han pagado el vuelo y les han dado 500 dólares por cada voto».

Los billetes de ida y vuelta con escala en la urna, la «moneda política» que denunciaba el aunista Antoun Khouli, han sido el factor sorpresa. La variable que no apareció en todas esas encuestas que no barajaban otro escenario que un triunfo de la oposición. Y una fórmula para mantener ese sistema clientelista que ofrece pocas esperanzas a los libaneses, tal y como denuncian formaciones de izquierda como el Partido Social Nacionalista Sirio (PSNS) o el Partido Comunista. «¿Cómo va a mejorar el Gobierno las condiciones de vida de la gente si luego necesita que esté empobrecida para comprar su voto?», lamenta el periodista Issa El Ayubi. Un riesgo evidente en un país donde el 30% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y con un endeudamiento de más de 50.000 millones de dólares que amenaza con colapsar al Estado.

Más preocupados por celebrar la victoria de sus aliados, la mayoría de medios occidentales no prestó atención a una pregunta que constituirá uno de los retos para Líbano en los próximos años. En un país en el que los escaños se reparten en base a divisiones religiosas y donde no se ha realizado un censo fiable desde los años 30, ¿es la composición del Parlamento realmente representativa del total de la población libanesa? «La oposición ha obtenido un 20% más de votos, aunque no llega ni a la mitad de escaños en el Parlamento», advertían desde el PSNS. A pesar de salir beneficiados por la aritmética sectaria, incluso desde Falange se reconoce que «la población cristiana apenas llega actualmente al 40%». No obstante, la legislación les asegura el control de la mitad de la Cámara. En la situación opuesta se encuentra Hizbulah, que lidera a la comunidad chií, la de mayor crecimiento demográfico y que se tiene que contentar con 27 de 128 asientos. Por eso, el partido que dirige Hassan Nasrallah ya ha anunciado que uno de sus objetivos será llevar al país hacia el principio de «un ciudadano, un voto», una idea que también cala en formaciones de izquierda, como el Partido Comunista o el PSNS, que ven cómo se les escapan los escaños por su carácter multiconfesional.

«La alianza del general Aoun con Hizbulah es una cuestión estratégica. No se va a modificar por la derrota electoral», aseguraban fuentes del CPL nada más conocerse los resultados oficiales. Así, las brecha sigue abierta entre las dos concepciones políticas de Líbano, quienes abogan por intensificar las relaciones con Occidente (y que reciben sus flujos económicos) y los apuestan por la resistencia, que siguen recordando que Israel mantiene ocupadas las granjas de Shebaa y que el riesgo de un nuevo ataque sionista no ha desaparecido.

«Las armas de Hizbulah deben de ser entregadas al Ejército», insisten desde Falange y Fuerzas Libanesas. Pero otras voces van más allá. «A Hariri también le gustaría desarmar a Hizbulah, pero sabe que su base no estaría de acuerdo», asegura Ali, un libanés de origen palestino y vinculado al FPLP. Aunque la insistencia en desarmar a la resisten- cia suena más a retórica para consumo interno de un sector que es básicamente antiislámico que a un punto a incluir en el programa del futuro Gobierno.

Porque, ¿quién va a atreverse a intentar retirar los katiushas a una milicia que es más poderosa que propio Ejército? «Tratar de desarmar a la resistencia provocaría un desastre, otra guerra civil», alertaba en una entrevista con GARA el portavoz del PSNS, Jamal Fakhouri. Además, y pese a la imagen que trata de venderse en Occidente de una resistencia islámica sólo en manos del Partido de Dios, las formaciones de izquierda son también parte de la única defensa posible frente a la amenaza de Tel Aviv, que tiene apoyo absoluto en todas las localidades del sur de Líbano.

Al margen de cuestiones militares, que desde Hizbulah ya se ha advertido de que se mantiene «fuera del debate», el primer reto al que se enfrentará la clase política libanesa (un sistema prácticamente de castas, y donde los liderazgos son casi herencias en sagas como los Hariri, Gemayel o Jumblatt) será el averiguar cómo gestiona la mayoría su renovada victoria. Dicho de otra forma, de qué manera incorpora a la oposición a un Ejecutivo que, según medios locales, sólo puede gobernarse desde la unidad. «Para Hizbulah, participar en la Administración significa estar en el Gobierno», afirma un seguidor de este partido en una de sus sedes en Dahia. El CPL se ha sumado a esta reclamación, insistiendo en la necesidad de mantener el derecho a veto que ha regido hasta ahora.

Las próximas semanas serán claves, cuando se negocie la designación de puestos de importancia como el de presidente del Parlamento, «un punto de inflexión para conocer el punto de acuerdo entre ambos bloques», según un dirigente cristiano. Como ha ocurrido históricamente, los intereses de las potencias extranjeras jugarán su papel en unas decisiones que marcarán el futuro inmediato de Líbano.

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