La crisis electoral oculta una soterrada pero durísima pugna en la cúpula del poder en Irán
La crisis tras la publicación de los resultados de las presidenciales del 12 de junio es en realidad un juego de espejos que oculta una pugna descarnada en la cúspide del poder en la República Islámica. Cada actor, local o extranjero, mueve sus fichas mientras el pueblo iraní paga su precio en sangre y en una desestabilización que tendrá sus consecuencias, en Irán y en el ámbito internacional.
Dabid LAZKANOITURBURU
Frente a lo que están propagando los grandes medios de comunicación occidentales y seguro que contra la voluntad de parte de los que han protagonizado las protestas en las calles de Teherán en los últimos días, Irán es escenario de un tour de force en la cúspide de las instituciones de la República Islámica instaurada hace 30 años tras el triunfo de la revolución de 1979.
Una pugna descarnada por el poder entre antiguas personalidades surgidas de aquella época pero trasladada a un escenario en el que han hecho irrupción agentes y situaciones nuevas y que obliga a una recomposición del escenario, en el que se enfrentan dos visiones diferenciadas, aunque no necesariamente contrapuestas, sobre el rumbo, interior y exterior, que debe tomar el populoso y complejo país.
Entre los nuevos agentes, destaca el actual presidente, ratificado en el puesto según los resultados oficiales, Mahmud Ahmedinejad. Alcalde en su día de la megalópolis de Teherán, Ahmedinejad venció en segunda vuelta en las elecciones presidenciales de 2005.
Su agenda política en los últimos cuatro años ha estado marcada por el islamismo político en el plano interno y por una posición contundente en el plano internacional.
Paradójicamente se convirtió en el primer presidente secular (no clérigo) en el Irán moderno. Ahmedinejad defiende, en clave populista, una visión igualitarista del islam que le otorga crédito entre las clases más desfavorecidas y en el Irán rural, pero a la vez le granjea la animadversión de los sectores y las personalidades que se han enriquecido -o han seguido haciéndolo- desde la revolución de 1979.
Muchos datos, tanto durante la campaña electoral como en los críticos días posteriores a la publicación de los resultados, apuntan a que Ahmedinejad sería el objetivo a batir por un sector del régimen, que no dudó en apoyar a un candidato poco carismático como Mir-Hussein Musavi.
Frente a lo que se ha querido trasladar, una victoria de Musavi, siquiera por la mínima, hubiera sido más sospechosa que el triunfo por goleada y en primera vuelta logrado -oficialmente- por Ahmedinejad.
Prácticamente un desconocido para la mayoría de la población, la candidatura de Musavi trataba de reunir en su seno a reformistas y conservadores con una única consigna: acabar con Ahmedinejad. Pese a que recibió el apoyo del ex presidente reformista Mohamed Jatami, su biografía (primer ministro durante la guerra) le convertía, a lo sumo, en el candidato «menos malo» para la oposición iraní. Escasas credenciales para que la aireada «marea verde» de los días que precedieron a los comicios se pudiera convertir en realidad en las urnas.
Musavi no ha dudado en desafiar reiteradamente la autoridad del guía supremo y del Consejo de Guardianes convocando manifestaciones diarias y exigiendo la repetición de los comicios. Y es en esta determinación en la que se ve la mano del ex presidente Hachemir Rafsanyani.
Enemigo jurado de Ali Jamenei, Rafsanyani perdió contra el actual guía supremo la batalla por la sucesión del líder de la revolución, el ayatolah Jomeini.
Pero las heridas siguen abiertas y la pugna persiste en la cúpula del poder iraní.
Rafsanyani volvió a moder el polvo de la derrota en las presidenciales de 2005 frente a Ahmedinejad. No extraña, por tanto, que se la tenga jurada.
El hombre más rico de Irán
Eso explica, en parte, que el actual presidente del Consejo del Discernimiento insuflara millones de dólares de su inmensa fortuna personal a la campaña de Musavi. Porque Rafsanyani tiene mucho poder y más dinero. Las malas lenguas lo señalan como el hombre más rico del país, con un vasto imperio financiero-inmobiliario, sin olvidar la primera aerolínea privada del país.
Una fortuna amasada en sus dos presidencias del país en la década de los 90 y que le ha granjeado merecida fama de corrupto, tal y como se encargó de recordar Ahmedinejad durante el debate televisado de final de campaña.
Pero el odio del ayatolah Rafsanyani (este último sí es clérigo) hacia Ahmedinejad va más allá de lo personal. Independientemente del acierto de sus políticas económicas, el presidente ha tratado de introducir medidas correctoras (en clave social) en un sistema que no pocos analistas han llegado a calificar como capitalismo de estado mafioso y en el que una minoría se benefició durante años de un proceso de privatización -mejor dicho, de saldo- de la economía iraní. Esos intentos por parte de Ahmedinejad entrocan además con la visión igualitarista que ha caracterizado al islamismo militante chií, y que tiene sus ejemplos en el Líbano de Hizbulah e incluso en la -aunque suní- Palestina de Hamas.
Al hilo de esta última referencia, la contundencia -adornada a veces con desafortunadas diatribas negacionistas- de Ahmedinejad contra Israel y su alineamiento claro contra EEUU son interpretados por parte del stablishment iraní como inoportunos desde la llegada de Barack Obama al poder.
Un Obama que ha sorprendido a muchos manteniendo una posición tibia y equidistante respecto a los protagonistas de la crisis en Irán -lo que le ha valido duras críticas en Washington-. Quien crea que los EEUU de Obama han descubierto como por arte de ensalmo las virtudes de la no injerencia puede, tranquilamente, concluir que Ahmedinejad no recibió ni un sólo voto en las presidenciales y quedarse tan ancho. La actitud de Obama responde más a una táctica de silencio inteligente en un intento de no condicionar el resultado de la lucha posicionándose a favor de una de las partes.
Que las principales potencias occidentales están participando en la crisis no es una simple sospecha. Basta con observar, con ojos alucinados, cómo Londres y París se permiten el lujo de exigir a Teherán que anule las elecciones y convoque nuevas. Toda una muestra del respeto -plagado de viejos tics coloniales- que les merece el país y, en conjunto, el mundo musulmán.
Esta injerencia fue denunciada expresamente el pasado viernes por el guía supremo, el ayatolah Ali Jamenei, quien tras varios días lanzando mensajes y señales apaciguadoras, no dudó en posicionarse claramente a favor de Ahmedinejad y en amenazar con la represión pura y dura contra la persistencia de las manifestaciones.
Su advertencia tuvo su reflejo en las calles de Teherán. Como ocurriera el lunes anterior, una decena de personas murió en los enfrentamientos del sábado. La presencia policial y de las milicias en las calles desde entonces ha frenado en seco las protestas, convirtiéndolas en testimoniales.
¿Anuncia el brusco final de las multitudinarias protestas el fin de la lucha que se está dirimiendo en Irán? No necesariamente. Como ha ocurrido en anteriores y similares experiencias de revoluciones de terciopelo -y todo apunta a que esta lo es o lo ha sido, siquiera en grado de intentona-, la razón de los muertos en la represión de los disturbios a que suelen dar lugar no coincide nunca con los intereses de los que mueven los hilos entre bambalinas.
Las apuestas son fuertes y los principales pesos pesados en la política iraní luchan por la primacía en el poder. Pese a su popularidad, Ahmedinejad podría ser sacrificado en el altar de los «altos intereses de la nación». Pero Jamenei es una pieza mayor, a todas luces excesiva pese a que su autoridad ha sido contestada y cuestionada desde el mismo momento en que sucedió a Jomeini en 1989.
Los próximos días serán decisivos para conocer el desenlace de la batalla. El Consejo de Guardianes anunció ayer irregularidades en medio centenar de circunscripciones en las que votaron 3 millones de personas. En ellas se han detectado unos índices de participación que van desde el 95 al 140% del censo.
Se espera que este organismo haga públicos a más tardar mañana los resultados del recuento parcial y aleatorio del 10% de los votos, un sistema que, en teoría y bien aplicado -aseguran los expertos- debería poder revelar la existencia o no de un fraude masivo.
Pero todo apunta a que la cuestión del supuesto pucherazo no es más que la escenificación de un juego de espejos en la que se trataba de ocultar lo esencial: la lucha por el control y el destino de la revolución islamista iraní. Y eso son palabras mayores.
Un millar de personas que trataban de manifestarse fueron reprimidas por la Policía y por los Guardianes de la Revolución ayer en Teherán.