Cuando un cronista pluriempleado, como el que escribe, llega tarde a uno de los mejores conciertos de la temporada, puede optar por tirarse de los escasos pelos que le quedan o, simplemente, hacer justicia a la segunda parte de la prodigiosa sesión a que asistió: verdadero despliegue de talento y creatividad en estado puro.

Y, como suele ocurrir en el proceso de creación de muchos soberbios productos artísticos, también en esta ocasión el azar fue un factor determinante. El trompetista Guillermo Calliero, superdotado músico argentino, pensaba presentar en el BJC los temas que integran su repertorio reciente con el cuarteto habitual, pero compromisos adquiridos impidieron la presencia del pianista José Reinoso y el baterista Carlos Carli, que hubieron de ser sustituidos por el gran Albert Bover, pura seda a las teclas, y el versátil Hasier Oleaga, genuino «eusko label», a los parches. Una formación inesperada, de estrellas indiscutibles, que mejoró si cabe la prevista.

Pero la mayor sorpresa, sin duda, la deparó el líder del cuarteto, trompetista que debutaba interpretando su música ante el público bilbaino, al que asombró con la variedad de recursos: ataque letal, tránsito fulgurante por todos los registros, sonido potente y depurado, y eficaz combinación de ritmos y estilos (desde el bop al latino, pasando por baladas de suntuoso dibujo melódico). Por si fuera poco, la interacción entre los músicos fue estimulante y venturosa, y pudimos contemplar al soberbio Bover de las ocasiones memorables, seduciendo en cada improvisación, casi igual de habilidoso con ambas manos. Si a esto añadimos el desparpajo rítmico de Oleaga, a las baquetas, siempre atento al estímulo de sus compañeros, y el par de prodigiosos solos que nos regaló el maestro Fumero, al contrabajo, está más que justificado el entusiasmo del público a la finalización de este espléndido concierto.