Maite SOROA | msoroa@gara.net
Alfonso Sastre como obsesión
Cuando el sentido común adquiere forma de prosa y se estampa, negro sobre blanco, en una cuartilla de papel, los elementos menos reflexivos, los fanatizados, se revuelven como garrapatas fumigadas (copyright de Iturgaiz y Rosa Díez) contra quien ha escrito las verdades del barquero.
A Alfonso Sastre lo quisieran linchar por resumir la evidencia en una sola frase. No saben, los fanáticos, que con sus disparatados insultos engrandecen al hombre. A Alfonso Sastre.
Y es que a las personas se les puede medir, de manera inversamente proporcional, por la talla de sus enemigos. Y los de Alfonso Sastre son enanos.
El editorialista de «Diario de Navarra» -que sigue sin condenar los tres mil fusilamientos en las cunetas de Nafarroa- aseguraba que Sastre «no sólo intenta manchar con su mensaje amenazante el dolor de los familiares de Eduardo Puelles, sino que prostituye hasta su propio lenguaje cuando habla de negociación con los terroristas». Pues lo mismo habrá que aplicar, por ejemplo, a Felipe González, José María Aznar o Rodríguez Zapatero...
En «El Correo Español», el escriba de los editoriales mentaba «la indignación que provoca la inmoralidad de ese pronóstico». ¿Dónde está escrito que decir lo que todo el mundo piensa y sabe es una inmoralidad?
Y la guinda al pastel la ponía el inefable Ildefonso Ussia con su habitual ristra de insultos en «La Razón». Hablaba Ussia de la «mirada ennegrecida por el odio» de Sastre; a Eva Forest le llamaba «mema» y a GARA , «el periódico del terrorismo». En su habitual tono necrofílico, Ussia sentenciaba que «cuando Alfonso Sastre muera, nadie tendrá que cerrarle los ojos. La mancha negra del odio es también clausura».
Como bien expresa este último párrafo, todo eso pasaría como otra melonada más de Ildefonso si no hubiera caído en la tentación de descalificar las verdades que proclamó Sastre por razón de la edad al citar «su deteriorada capacidad intelectual». ¡Pobre Ildefonso! Así que cumpliera más años que Matusalén no llegaría a la suela del zapato de tan deteriorada capacidad intelectual.