Hace diez días, el campo de fútbol de Irun retumbó con un «a segundaaa, oeee». Hace tres años, ¿o ya son cuatro?, cuando la Real bajó a segunda, este cántico era doloroso, pero ahora que es la afición del Unión quien la entona, cambia su significado y se vuelve en himno de alegría.

Esa sensación extraña se reprodujo el otro día cuando el lehendakari López clamó a los cuatro vientos que «¡se acabó la impunidad!». Qué impunidad, cuando todos los miembros de ETA, según Pérez Rubalcaba, acaban más pronto que tarde entre rejas. Qué impunidad cuando incluso los que no son de ETA acaban también en la cárcel. No tiene el mismo significado su impunidad y la que denuncian año tras año organizaciones internacionales de defensa de los derechos humanos. Ni la impunidad de años de GAL, torturas y otras violencias que se han ejercido y se ejercen aún en un Estado que mantiene aún impunes las vulneraciones de derechos cometidas bajo el franquismo. Qué diferente suena en su boca la impunidad.

No ha sido el estremecimiento del último atentado de ETA lo que ha nublado la mente y turbado la palabra del lehendakari López. Sería comprensible que así fuera, pero el entendimiento que él predica, el país que él defiende, la justicia que él enarbola, son ajenos a la actividad de ETA, por mucho que ETA se empeñe. A nadie se le escapa que el significado del término socialista ha cambiado en los últimos 40 años. A nadie se le escapa tampoco que el significado de la lucha armada también lo ha hecho. Y qué diferente suena la palabra diálogo en bocas distintas, y sin embargo cómo atrona cuando se pronuncian a la vez. Tras el verano, volvemos a segunda. Suena bien.