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Crónica | Mercado de antaño de Artziniega

Ahorcamiento entre mermelada de ortiga y chocolate al patxarán

Si a un inmejorable escenario sumamos la voluntad de sus habitantes, no es de extrañar que el mercado de antaño de Artziniega volviera a recibir la visita de numeroso público un año más. Negocio, pero sobre todo implicación de un pueblo pionero en esto de las ferias medievales.

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Joseba VIVANCO

«¡Colgadle ya, que habla demasiado!», gritaba alguien desde el público. «¡Perdón para el reo!», le respondía una voz femenina. Con el nudo de la soga ya apretado, un ladrón utilizaba su último deseo para intentar recitar el Poema del Mío Cid -3.733 versos-, «que es largo» y así apurar al máximo la orden al verdugo. Al final, acallado por el griteRío de la chusma y de sus guardianes, y sin efectos especiales, quedó prendido de la soga para asombro de los más pequeños y curiosidad de los más mayores. El ahorcamiento se consumaba entre convulsiones del ajusticiado. Se trataba de una de las representaciones que los vecinos de Artziniega preparan para su mercado de antaño, que cumplió ayer su duodécima edición.

El reputado historiador navarro Roldán Jimeno, ante la proliferación de ferias medievales en numerosas localidades vascas, llegó a lamentar en su día que algunas corran el riesgo de agotarse en su propio diseño, porque no pasan de ser una mera escenificación vacía de participación popular. Pero elogió las que se celebran en Erri Berri y Artziniega, porque «aúnan los esfuerzos de sus habitantes en pro de su organización». Y así fue un año más, ayer, en la villa alavesa.

Muchos asiduos al mercado artziniegarra tenían ya reservada desde hace años la fecha del primer domingo de setiembre. Pero este año la cita se adelantó a junio y la incertidumbre sobre la respuesta de esos miles de «seguidores»' se desvaneció a poco de abrirse la puerta al mercado. El buen tiempo ayudó a que muchísimo público eligiera ayer este tradicional mercado en lugar de la playa u otras alternativas de ocio. Los sesenta puestos de Napar Bideak, más los cincuenta que instalaron los propios vecinos, fueron el perfecto reclamo de la almendra medieval de Artziniega.

Saltimbanquis y rosquillas

Al son de los saltimbanquis, las voces del coro, la música, guerreros y caballeros, arrancó este mercado pasadas las 10.30, en un recorrido por las tres calles que vertebran el casco histórico. Los txontxongillos a cargo de varios niños, el despiece del cerdo ante los ojos curiosos de los asistentes, la misa en latín en la parroquia, la animación callejera, el fuego de la última fragua que funcionó en el pueblo, la elaboración de pan, un ejemplar de lince paseándose entre la gente, las aves rapaces y sus acrobáticos vuelos...

Actividades entremezcladas con las decenas de puestos que salpicaban el empedrado de calles y plazas. Jarrones y collares, plantas y peluches de lana, cuernos y diábolos, pulseras y cerámica, pero igualmente chocolate al patxarán o a la cuajada, las apreciadas rosquillas de las monjas del pueblo, mermeladas de ortiga o perejil, huevos trufados o patés... Difícil resistirse a pesar de la crisis.

El desfile de tocados volvió a reunir a un buen número de mujeres de la localidad, cada una portando sobre su testa un tocado diferente, resultado de un arduo trabajo de documentación. Entre tanto, ya con el sol en lo más alto, una terrible batalla se entablaba en una finca anexa al casco histórico. Por fortuna, el parte de bajas no registraba ningún fallecido ni herido grave. Después, el antes relatado ajusticiamiento, tras pasear al reo por las calles entre insultos y zarandeos.

Con un calor,a ratos sofocante, y las calles repletas de público, la hora de comer se imponía. Bocadillos, menús, incluso un catering programado por la organización sirvió comidas para que no faltara de nada. Tras la sobremesa, la animación callejera, el ciego y sus andanzas, los txontxongillos, el desfile de tocados, el ahorcamiento, los espectáculos volvieron a repetirse para que los visitantes vespertinos no se perdieran detalle.

El mercado tocó a su fin con la llegada de la noche. Esta vez no hubo sopa de ajo final para todos y tampoco se pudo celebrar el akelarre que marca el fin de la fiesta debido a la aparición de la lluvia, pero la organización quedó satisfecha con la respuesta tras el cambio de fecha. Los asiduos a este singular mercado de antaño ya la han apuntado en su agenda.

 

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