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Jon Odriozola Periodista

Yo, de mayor, como Saramago

El autor de «Ensayo sobre la ceguera» se nos volvió psicoanalista. Yo a pocas personas he conocido, de la talla de Sastre, con un ánimo tan vivificante que raya la longanimidad. Al pesebrista Saramago, que obedece al sistema con las formas (aparentes) de la rebelión, que decía Adorno, que le vaya bonito y con su pan se lo coma

Me pregunto si seré tan canalla ya no de criticar, que sería lícito, sino de `meterme' con José Saramago y su obra. ¿En qué me habré convertido si hago tal cosa? Todo dios alaba la intrínseca bonhomía de Saramago. También lo hace María Teresa Campos, sensible y cultísima señora, a quien veo en un programa de televisión de los llamados frívolos deshacerse en ditirambos sobre la humanidad de Saramago. Soy yo quien no es humano.

Veo a Saramago agachar la cabeza, saludando ante un público idiota y fementido que, a diferencia del público burgués de entreguerras, cínico y autosatisfecho, reclamaba a los dadaístas del simpar y aclónico T. Tzara en cafés-teatro y semivodeviles: `Por favor, siga humillándonos, ¡nos divierte tanto!'. No le pide el espúreo público papirofléxico de ahora a famosillos y tal eso a Saramago, esto es, que les solace. Al revés: reconoce en él, digámoslo así, un ser apocalíptico que estremece pero, eso sí, muy `humanamente' y remueve las conciencias (...). Saramago, a diferencia de Rousseau, nos redime, nos hace ser mejores, entre contritos y atritos, tomando unas copas. No es que la gente sea mala, es que estamos en manos de cuatro hijoputas, jopé.

Saramago se recibe de comunista. Yo, también. El camaleónico -un reptil que vive del fondo- César Alonso de los Ríos le ataca por su supuesta militancia comunista que menoscabaría sus méritos literarios. (...) Yo critico a Saramago y este tipo también. Me preocupa que me confundan con él. Igual es que yo soy un Zdhanov redivivo y él un `demócrata'. Debe de ser así, puesto que él escribe en «Abc» y yo aquí. Por supuesto, cobrando lo mismo.

A propósito del Nobel de Literatura otorgado a Saramago, me escribía un carísimo amigo `rojoburgués': `No pocos que se han hecho pasar, y con éxito, por acrisolados comunistas en verdad no eran sino izquierdosos más o menos divinos, secreta y vergonzantemente adheridos a principios «humanísticos» abstractos de rancio abolengo burgués y pequeño burgués, medio kantianos, medio prodhunianos'.

A veces me doy miedo a mí mismo. No por mí, sino por la clase de amigos que uno tiene. Gente, sin duda, amarilla de envidia. Y todo por saber que, en la caverna de Platón no es oro casi nada de lo que reluce».

Esto que acaban de leer salió publicado en un «Jo Puntua» de GARA el 16 de enero de 2001 (algo ha llovido). Con ese título y firmado por mí. Un artículo notoriamente incorrecto, ¿no es cierto? y, digamos, antipático. Un artículo, vale decir, contracorriente y que, como suele decirse, no venía a cuento.

Ahora, para que juzgue el lector, voy a reproducir un texto de Saramago publicado en su post (cuaderno.josesaramago.org) donde tiene a bien este buen hombre echar su cuarto a espadas contra otro comunista (Saramago también dice serlo, claro que del dicho al hecho hay un trecho, según la paremia popular) como es Alfonso Sastre. Debo la información -el aviso- a un colega eibarrés de este periódico.

Escribe Saramago: «Conocí al dramaturgo Alfonso Sastre hace más de treinta años. Fue nuestro único encuentro. Nunca le escribí, nunca recibí una carta suya. Me quedó la impresión de un carácter áspero, duro, nada complaciente, que no facilitó el diálogo, aunque no lo hubiere dificultado. No volví a saber de él, salvo por ocasionales y poco expresivas noticias de prensa, siempre relacionadas con su militancia política en las filas abertzales. En las últimas semanas, el nombre de Alfonso Sastre volvió a aparecer como candidato cabeza de lista a las elecciones europeas, integrando una Iniciativa Internacionalista de reciente formación. La agrupación no obtuvo representación en el parlamento de Estrasburgo (de lo cual parece alegrarse. Nota mía).

Hace pocos días ETA asesinó al policía Eduardo Puelles con el casi siempre infalible proceso (será método y no «proceso». Otra nota mía) de bomba-lapa colocada en la parte inferior de los coches. La muerte fue horrible, el incendio carbonizó el cuerpo del infeliz, al que no hubo manera de acudirle (será «socorrerle». Última nota mía). Este crimen suscitó en toda España un movimiento general de indignación. General, no. Alfonso Sastre acaba de publicar en el periódico vasco GARA un artículo amenazador en que habla de `tiempos de mucho dolor en lugar de paz', al mismo tiempo que justifica los atentados como parte de un `conflicto político', añadiendo que más atentados habrá si no se abre una negociación política con ETA. Casi no acredito en lo que leo. No fue Sastre quien fijó la bomba (¡menos mal! Ultimísima nota mía) en el coche de Eduardo Puelles, pero lo que no esperaba era verlo como valedor de asesinos».

Hasta aquí la reflexión de Saramago. Un prodigio de materialismo histórico y dialéctico (se supone que es -o va de- marxista). Lo digo por (aparte de suscribir el discurso dominante alienador de mentes epicenas) aquello del «carácter áspero» de Sastre. El autor de «Ensayo sobre la ceguera» se nos volvió psicoanalista. Yo también conozco desde hace treinta años (y a Eva) -cuando Sastre fumaba en pipa- a Alfonso (me da rubor tutearlo) y a pocas personas he conocido, de su talla, con un ánimo tan vivificante que roza y raya la longanimidad. Al pesebrista Saramago, que obedece al sistema con las formas (aparentes) de la rebelión, que decía Th.W. Adorno, tantas veces citado por el propio Sastre, que le vaya bonito y con su pan se lo coma.

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